«Toledo, 15 marzo de 1888
Decidí
fugarme con él, era la única salida a nuestro amor prohibido. La noche acordada
me dirigí a la biblioteca, cogí la llave que mi padre escondía
en el viejo jarrón y giré el pomo de la chimenea abriendo así la puerta
secreta. Entré en el pasadizo que une la
casa con la iglesia cerrando la entrada a mis espaldas. Fernándo me esperaba en mitad del camino, al otro lado de la cancela cerrada que divide el
subterráneo en dos partes iguales» .
El despacho olía a libros antiguos y a
incienso. Dos monjas encorvadas sobre la mesa examinaban documento. Una de ellas, mi hermana pequeña, levantó
la cabeza y vino hacia mí con
los brazos abiertos.