El hombre se
transformó en un torbellino y terminó por destrozar las pocas antiguallas que
tenía delante.
Minutos antes, un
conocido picor en la palma de la mano le
había avisado de que algo no cuadraba. Alarmado, se acercó a una ventana para
mirar a través del hueco que quedaba libre entre las tablas que la cegaban. Exploró
un jardín destartalado, árboles consumidos con ramas tronchadas y matojos secos
moviéndose al viento, pero ese sexto sentido que había desarrollado durante los años de cárcel
le habían permitido captar algo más.
El
desahogo anhelado llegó tras el destrozo de los muebles carcomidos y Rony, más
calmado, volvió a examinar los movimientos que tenían lugar en el exterior.
¡Demasiado gordos para ser conejos!, los cuatro
hijos de puta que juegan al escondite ahí fuera son hombres del Indio empeñados,
sin duda, en arrancarme el pellejo. ¡Y Suárez diciéndome que este sería un lugar
seguro!, que ese chiflado de ojos rasgados no me
encontraría en un sitio abandonado por la mano de Dios ¡claro!, mi compadre no contó con que el
malnacido y sus hombres son parientes del demonio.
Rony escupió en una esquina y tras poner en pie una mesa polvorienta, vació el contenido de su mochila sobre ella. Apartó la morralla que le habían entregado al salir de la cárcel y tomó la pistola. Llenó el cargador y contó la munición restante.
Tienes balas de sobra pero nada más que dos manos. Podrías acabar con esas mierdecillas pillándolas desprevenidas desde fuera, pero solo
hay una puerta y con esta puta luz te
verán salir. En cuanto anochezca seguro de que esos cabrones rodearán…
Rony oyó crujir las piedras del camino y, con
la respiración acelerada, volvió a escrutar las afueras. Un Mercedes avanzaba hacia
el caserón al tiempo que emitía un sonido repetitivo.
Su mandíbula estaba tan apretada que las venas de su cuello
se podían contar desde lejos.
¡Por mis muertos que ese coche es del Indio!, el
mayor hijo de puta que parió madre ha venido a verme en persona. ¿Quién si no
iba a llevar un coche como ese? ¡Fantoche engreído!… Si has pensado que la trena
ha podido conmigo, ¡te equivocas! No te lo voy a poner fácil, ya estoy muerto y
no tengo nada que perder.
El
vehículo se detuvo frente a la puerta del caserón y la música cesó al apagarse el motor. El silencio
resultante parecía no tener fin, Rony contaba los latidos de su corazón para
mantener la calma.
La puerta del conductor se abrió, y Rony
sostuvo la respiración.
¡Te equivocaste colega! No es el cabrón del
Indio sino Suárez. ¡Vaya bugati se ha apalancado en mi ausencia el compadre! ¿Y qué coño estará haciendo aquí? No quisiera…
si ese hijo de perra me la ha jugado juntándose con esa carroña será el primero
en caer esta…
No pudo terminar la frase al constatar que se
abría la puerta del copiloto y que una rubia salía a trompicones sin dejar de
hablar ni un momento. Rony se asustó por lo que podría pasar pero optó por
esperar acontecimientos. Observó que los altos tacones de la joven se torcían
sobre las piedras del camino.
¡Pero si no consigues mantener el equilibrio!, y deja de estirar esa falda,
¿no ves cómo ese culo que Dios te ha dado, tan redondo y tan prieto, te la
vuelve a subir? ¡Me cago en la leche, justo lo que me faltaba en este momento! Y
ahora qué. La nena saca una chaqueta de la parte de atrás… se deja todas las
puertas abiertas… y viene hacia aquí zozobrando como un barco a la deriva. ¡Y
el idiota de Suarez… ¡míralo! completamente encoñado y blandiendo una botella
de ron en el aire como si de una bandera se tratara! El cabrón sigue siendo el
borracho putero de siempre y yo pensando que me había traicionado.
—¡Soy
Suárez—gritó el amigo al entrar mientras la chica lanzaba los zapatos al aire y se
acercaba peligrosamente a una ventana.
Tienes que intervenir, antes de que esa muñeca
quede hecha un colador.
¡¿Te has vuelto loco?! ¿Se
puede saber qué estás haciendo aquí, con esa tajada y una fulana de poca monta?
Ahí fuera están los hombres del Indio, ¡idiota!, no os han frito a balazos
porque tu amiguita les nubló el sentido como a mí. Si no le ordenas que se aparte
de la vent…
—¡Siéntate y
calla, mamón! O no entenderé qué coño pasa ahí fuera —interrumpió la
rubia. Tiró la chaqueta quedando al
descubierto una escopeta de cañones recortados—, y, además, si paras de
cacarear, Suárez conseguirá explicarte que hay dos compadres en el carro,
cargados de armas hasta arriba. Si no, ¡para qué he dejado las puertas abiertas! ¿Es que crees que soy idiota?