Esperanza cruzó la puerta de seguridad con las manos metidas
en los bolsillos traseros del vaquero ajustado y avanzó por la acera, sin más.
La seguía Juan, con la cabeza alta y esa mirada que se
perdía en el infinito al atravesar las gafas de pasta negra.
Esa mañana habían acudido al banco con la convicción de que el préstamo les sería concedido. Lo siento de veras, pero el estudio revela que el proyecto es inviable, había concluido el director.
El joven apretó los labios y tras largas zancadas alcanzó a la muchacha que
caminaba ligera delante de él. Agarró una de sus manos y acompasó el paso al de
ella. Esperanza bajó entonces la mirada y sin mediar palabra entrelazaron sus
dedos. Luego Juan la atrajo hacia sí.
Siguieron adelante sin aparente rumbo fijo. La mujer descansaba la cabeza en el hombro de Juan mientras él mantenía la mejilla
apoyada en la testa de ella.
Un folleto que pendía de una farola se resistía a salir volando con las ráfagas de
aire y su aleteo llamó la atención del muchacho que, como de costumbre, parecía
buscar estrellas en el cielo.
—¡Mira lo que dice ahí!
TRASPASO NEGOCIO DE COMIDA PREPARADA.
PRECIO A NEGOCIAR. FACILIDADES.
TLF: 629887779
—Aún no podemos poner
en marcha nuestro restaurante —añadió Juan— pero podríamos
empezar a soñar por ahí.
Ella atrapó el anuncio en el momento en el que el viento se
lo iba a llevar, lo metió en el bolsillo y miró a Juan con ojos chispeantes. Entonces sonrió.