lunes, 9 de diciembre de 2019

Pollastre a la barbacoa





—Ya no hay sesera, Herminia, no pensamos lo que decimos o no decimos lo que pensamos.

—No te hagas la interesante, Lurditas y suéltalo  de una vez.

—¡Ea pues! Aunque he de prevenirte de que el asunto es  de novela negra o más. Ayer estaba pasando el mocho por los entresijos de la oficina cuando Martita la peripuesta y el  picaflores de Cortés asomaron la gaita por la zona de caféses  y su  presencia expulsó de mi mente las ocurrencias del Iván.

—¿Qué ocurrencias?

—¡De eso chitón, Herminia!, sabes que de puertas pa dentro ni mu. A lo que íbamos, los  lechuguinos avanzaban con tanto apresuro que ni repararon en mí, y eso  que mi espesura tiene sustancia pese a hacer yo ejercicio como la que más. Ahora que  todo tiene sus bienes, pues sé más guardados de esta banda de músicos que  los mandamases de arriba.

—Engreída…

 —Te confieso que cuchicheaban en voz tan alta que no tuve ni que aplicarme para oír lo que decían:
 No tengo ni idea de dónde está Amelia, iba diciendo Martita a Cortes, ¡igual su gata se ha puesto de parto!
Y por lo visto, el «Alendelon » sospechaba que Amelia  no volvería por la empresa.
 ¿Por lo del Alfonso?, preguntó la rubita, ¡es una trola seguro!, y añadió: a Amelia  le gusta ser centro de atención. ¡De haberle matado, no seguiría tan fresca!
  No podía creer lo que oía, Herminia, además, no veía a Amelia ni fresca ni acartonada y entonces les observé sin levantar cabeza.

—Maña que aprende una con práctica y esfuerzo…

—Exacto. Total que Cortes medio-gritó: ¡No sé, no sé! el teléfono de Alfonso fuera de cobertura y Amelia desaparecida.
Ahí empecé a verlo negro, Herminia, aquellos dos, sentados uno frente al otro, hablaban de asesinatos como si tal cosa... Por un momento me recordaron  esa vieja película que pusieron anoche en la dos...

—¿La de Extraños en un tren? 

— Esa misma.

—La vi, y no sé que decirte Lurditas, porque tus personajes se conocen requetebien. Tu ya me entiendes.

—¡No mezclemos cotileos, Herminia, que este asunto me tiene sin dormir!
 En fin, que Martita estiró el cuello de cisne que Dios le ha dado sin merecerlo, tú ya sabes a que me refiero, y puso mirada descarriada de la de recordar: ¡Nada tuvo sentido aquella tarde! Dijo y se lió a contar una historia sin pies ni cabeza. ¡Empecé a impacientarme!, cuando se cuentan chismorreos, sabes bien que no se va uno por las ramas o no se entiende ni papa del asunto.

—¡Qué me vas a contar! El otr…

—¡Frena y escucha!, que luego no sé lo que me digo. Deshuesado como es debido, entendí que Marta vive debajo del piso de Amelia. Que la muchacha sube a pedir un poco de leche a la compañera. Se enrollan y Amelia le ofrece un helado pero enseguida se traga sus palabras porque, por lo visto, no iba a poder sacarlo del congelador. Marta se mosquea por no sé qué de un abanico y le pregunta si todo va bien. Amelia se derrumba y le cuenta que Alfonso, su chico, el del servicio postventa, la deja por Patricia, la del bar del Maño.

—No jodas… ¿Alfonso el Alfonso Alfonso?

—¡Ese mismo  pollastre! Y “ele” que Marta intenta consolar a la compañera y la  aconseja  que hable con él. Imposible, parece ser que contesta Amelia entre sollozos, ¡está congelado!

—¿Congelado, Lurditas?

—Eso mismo pensé yo y Cortes armó la misma pregunta con  coletilla: ¿Congelado? ¡Nena, tendrías que ir a la policía!
¡Si ni si quiera he visto el cadáver!, chilla entonces Martita.
¡Pero sabes que ha habido un crimen!, grito yo y con el arrebato, Herminia,  dejo caer el mocho. ¡Si vieras!, se me quedaron mirando como los indios al ver a Colón y tuve que disculparme.

—¡Ahí no estuviste nada fina que digamos!

—Lo sé, lo sé, ¡qué vergüenza! pero ellos parecían encantados. ¡Bien!, dijo Martita,  me alegro de que estés aquí porque  ahora somos tres al tanto del asunto. ¿Quién va a ir  a la policía?

—No jodas… ¿eso preguntó?

—Pues no te pierdas lo que me propuso el guaperas, ¡Ya puestos, Lurdes, dijo, podrías entrar en el piso de Amelia  cuando ella no esté!

—¡Que morro el chaval!

—Pues la locatas de Marta añadió que creía que el pollastre estaba trinchado en pedacitos y al vacío, que Amelia tenía máquina y que ella la había visto.

—He de reconocer que jamás había escuchado un cotilleo de semejante envergadura. Enhorabuena Lurditas.

—Hay más.

—¿Más?

—Contesté que no pensaba inspeccionar el congelador de Amelia ni en silla de ruedas, aunque, dicho entre tú y yo, ganas no me faltaban. Entonces Cortes soltó que si ni investigaba ni iba a la policía no había nada más que hacer. Marta dio entonces carpetazo diciendo: ya  veremos  en la barbacoa de Amelia el sábado noche, en su terraza... 
 ¿Pero  sabiendo lo que sabéis, pregunté yo porque alguien tenía que hacerlo,  pensáis ir a la barbacoa de Amelia?
 Entonces Martita, desde la distancia, que ya se le había acabado el descanso del café, contestó: ¿Por qué no?, el pollo congelado no está del todo mal.


—Pues qué quieres que te diga, Lurditas, ¡De locos! Aunque lo del abanico no acabo de entenderlo, bien sabemos tú y yo que el pollo congelado no hay quien se lo coma.