jueves, 24 de marzo de 2016

¿SUBE?




    
Desde mi puesto y a través de los cristales la veo saboreando el café en el bar de la esquina, con su blusa morada y la falda negra apretada. Nerviosa, como si fuera su primera vez.
Hace frío y la imagino golpeando el suelo con el pie para entrar en calor,  como siempre ha venido sin abrigo.
Miro el reloj, si él se retrasa, ella llegará tarde una vez más.
Por fin aparece su coche y mientras el chofer  le abre la puerta,  baja y pasa  delante del bar, mirando al frente,  elegante en su traje de sastre y consciente de que todas las miradas están puestas en él.
Ella deja la taza y sale  a toda prisa, sabe que no lo puede perder.
En la puerta giratoria cada uno en un gajo distinto, un saludo al conserje y directos hacia mí.
—Buenos días, señor. Señorita…
—Hola Pedro —dice ella.
Él mira al suelo y calla.   
Las viejas puertas de nogal rematadas con cantos de bronce  se cierran tras ellos y mantengo el ascensor suspendido en el aire para que el motor espere mis instrucciones de lo que tiene que hacer.
Hace falta práctica, créeme, no es fácil engañar al motor y conseguir que coma de tu mano, y así,  durante unos minutos, no existimos para nadie, estamos, los tres,  en una cuarta dimensión
Cierro los ojos y tenso mi cuerpo, todo lo quiero vivir, percibir con los cinco sentidos, probar  lo que oiga y sentir la emoción en mi propia piel.
Le sonríe y sus ojos de gata perdida no dan otra opción, lo sé, los he visto en acción tantas veces....
Él se  acerca y le roza un botón.  La explosión de la blusa ajustada y el clamor que se intuye al soltarse  el broche que mantiene todo aquello en su sitio es el punto crucial, el semáforo verde.
Sabemos que habrá poco tiempo y él empieza a correr. El vello de punta y  comparto su anhelo bajo la falda ceñida mientras ella le  para, sin nervio,  la mano,  indicando tal vez hacia a mí.
La respiración es cada vez más intensa,  llenando, seguro, el espejo  de vaho.
Me tiemblan las piernas y el tiempo se acaba. Los jadeos se van acallando, el momento de fuego va llegando a su fin, en mi frente el sudor se acumula en pequeñas gotitas que limpio  poniendo atención de no hacerlo notar.
 Con el toque estudiado el pequeño habitáculo empieza a temblar y doy marcha al motor, simulando un peligro.
 Subimos y un gran ajetreo en la parte de atrás.
No consigo eludir la sonrisa, siempre me ha encantado esta parte: cremalleras que cierran, cinturones que aprietan, zapatos que entran y dignidades que vuelven a ocupar su lugar. ¡Aquí no ha pasado nada!
La velocidad disminuye  y  las puertas se vuelven a abrir, un billete de cincuenta se desliza inconsciente en mi bolsillo izquierdo mientras el vicepresidente de la A.U.T. sale en la planta seis, ajustando  el peluquín en el centro de su calva.
Ella permanece de espaldas a mí  y se arregla la horquilla del pelo, estira las medias y endereza la falda torcida sonriendo a su imagen en el  espejo.
Planta diez.
—Gracias, Pedro, como siempre en el momento perfecto. ¡Qué haría yo sin ti! —Y sale despacio pasando su dedo por  mi nuca.
    La admiro alejarse en equilibrio perfecto sobre unos finos tacones de aguja  con ese particular movimiento de  cadera que nunca podré  olvidar, si yo te contara...
Sonrío y  cerrando las puertas me apoyo   en el  panel de  madera que reviste mi “noble despacho”,  este es mi momento.
Noto su presencia, sé que está ahí esperándome como todos los días y aprovecho el momento. Me acerco al espejo  y  la veo, tomo aire y poyo mi boca en la marca de  labios perfecta  dejada por ella, con amor verdadero, solo  para mí  y después dejo limpio el espejo.


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