sábado, 11 de junio de 2016

La peineta de alpaca



                                  Un grupo de obreros almorzaba sentado al sol sobre una vieja viga caída mientras uno de ellos curioseaba por la zona. Estaban desmantelando la vieja cárcel psiquiátrica de mujeres.


—¡Mirad lo que he encontrado!  dijo el joven, saliendo de lo que quedaba de un despacho, con un papel amarillento entre las manos.
Tras llamar la atención del grupo, se dispuso a leer.

                              
             “Esa noche en la gala, Miguél presentía la derrota. El nivel del concurso había sido muy alto y el jurado seguía dividido. El premio, un talón sustancioso, se nos podía esfumar de las manos como castillo de arena.
Solo quedaba un último baile. Un tango.”


                           —¡Vaya  rollo nos estás contando, chaval! —dijo un compañero tirándole una pelota de papel de aluminio.

—¡Esperad!, escuchad esto, ¡es una pasada! —dijo terco el joven y continuó  la lectura alzando la voz:


         

             “Le miré temerosa de ver en sus ojos la chispa y estaba en lo cierto. La vi.
Su cuerpo en tensión parecía anclado en el suelo. Las manos cerradas en puños y en la cara la mueca de un hombre dispuesto a todo para  ganar.

Yo estaba asustada porque la última vez que habíamos triunfado con ese tipo de baile quedé  marcada y él me había prometido que no volveríamos a hacerlo jamás.

El aviso y un minuto de tiempo.

—No me toques el pelo, ¡Miguél! Ya sabes que no lo soporto.

Agarró mis muñecas atrayendo mi cuerpo hacia sí.

Su cara rozaba la mía, tan cerca que su aliento entraba en mi cuerpo, respiraba su anhelo y su afán. En ese momento entendí que todo estaba perdido.

Se apagaron las luces de fondo y salimos a pista, yo vestía de negro con peineta dorada y él llevaba camisa de manga copiosa y chaleco ajustado.

El violín empezó su llanto muy lento. Giré a izquierdas con movimientos sinuosos. Él paró mi giro de golpe y me obligó a voltear a derechas, en un desafío. Me frenó, me agarró y me besó doblando mi cuerpo hacia atrás y haciéndome suya.

Siguiendo el compás intenté alejarme pero él me agarró por los hombros y  pegó su ser a mi ser. Giramos al tiempo que gritaba mi nombre y sus manos buscaban un punto de agarre. Me preparé. Mi cuerpo voló por los aires y al caer, quedé como ovillo en el suelo.

 En la sala se hizo el silencio y los ojos de todos estaban posados en mí.

Levanté una mano y noté un dolor en el brazo al sentirme elevar otra vez en el aire y volví a caer. Su desmán y un giro de espaldas cerraron el cuarto compás.

 Nuevamente de frente vi en sus ojos la ira de entonces y quise gritar, más mi boca quedó sellada por su boca.

 Acarició mi pelo con gesto seguro y tiró con fuerza del moño  dejando caer en cascada mi pelo hacia atrás.

Alcé la cabeza y leí el reto en su cara. La rabia corrió por mis venas y decidí que mi baile ya no sería un baile sumiso.  En la pista quedábamos solo los dos.

Con ritmo de tango la lucha avanzaba cargada de furia creciente. Su fuerza, mis uñas, su abrazo, un beso mordido. Su risa cegaba mí mente y con rabia blandí la peineta de alpaca con todas mis fuerzas. Marqué los tres pasos restantes cerrando ese tango de sangre, con muerte.

El corazón de Miguél dejó de latir.”


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