lunes, 1 de mayo de 2017

El intrépido brote





En realidad no tiene mayor importancia saber quién es Susana, cómo es o a que se dedica porque lo que de verdad importa es comprender lo que sucedido esa noche, que fue lo que cambió su vida por segunda vez, en un arco tan corto de tiempo.

Susana se sentía sola. Desde que Mariano la había dejado, esa soledad la acompañaba a todas partes, incluso a las reuniones con los amigos. Había entrado en una espiral de la cual no lograba salir o lo que es peor, ni siquiera se planteaba hacerlo y su único deseo era tener tiempo libre para escapar a refugiarse en su rinconcito.

Esa mañana, subía la última pendiente del camino con la esperanza de encontrar la cancela abierta pero comprobó enseguida que, como siempre, ella era la primera.

La explanada estaba desierta, se quitó la mochila y se acercó al viejo muro de piedra para contemplar el pueblo al pie del monte. Cada día hacía el recorrido en menos tiempo y desde que había tomado la decisión de subir andando se sentía más ligera.

Le llamó la atención una nube de polvo que desdibujaba el camino y enseguida reconoció la furgoneta del guarda que subía a toda velocidad. El hombre bajó del vehículo y le dedicó una especie de sonrisa retorcida que tenía, probablemente, la intención de parecer una disculpa. Corrió a abrir el candado y, por fin, Susana pudo entrar en el cementerio.

El camino de tierra estaba flanqueado por cipreses. A Susana le gustaban los cipreses, le parecían serios y elegantes, nada que ver con los olivos que siempre andan alardeando y dándose importancia. Cogió una piña y aspiró su aroma amargo, luego se la metió en el bolsillo.

Su rinconcito quedaba ya a pocos metros de distancia. Susana se imaginó que Mariano la estaba esperando impaciente y aceleró el paso. Pero al llegar al lugar se le ensombreció la mirada al notar que un filo de hierba se había atrevido a asomar la cabeza entre las piedrecitas de la tumba. Con decisión arrancó el intrépido brote y lo lanzó al suelo con rabia.

Mientras dejaba la bolsa en el suelo, en su mente tomaba forma una idea inquietante: la vida estaba intentando abrirse camino y ella lo había impedido. Sacudió la cabeza y se enfadó consigo misma porque, desde que Mariano había faltado, a cada decisión tomada le surgían dudas existenciales.

—No estoy dispuesta a dejar que otros compartan la tierra de Mariano, pero por otro lado no pienso arrancar ni un solo brote más.¡Quizás la solución sería fumigar con algún tipo de herbicida! Pero pensándolo bien puede que envenenar la tierra no sea lo correcto. Lo consultaré con don Eufrasio, el domingo, después de misa o, mejor, me pasaré por su casa esta misma noche.

Con los brazos apoyados en las caderas examinó la tumba palmo a palmo rezando para no encontrar ni un intruso más. Suspiró aliviada, abrió una silla plegable que traía consigo, y se sentó a la sombra de un ciprés, no sin antes haber sacado brillo con la manga de la camisa a la foto de Mariano.

Se quitó las zapatillas de deporte y calzó unos zapatos de tacón, luego cogió su libro y buscó la página que había dejado con la esquina doblada el día anterior.


Esa misma mañana, Marisa se había levantado con un terrible dolor de cabeza y lo primero que hizo fue ir a desayunar.
¿Será la alergia o la maldita resaca?, se preguntó mientras miraba la nube de vapor que salía de la taza de café. Pensó en la noche anterior, en la discoteca, en el desconocido que había salido de su casa unas horas antes y de repente recordó que no había llamado a Susana. La noche anterior había salido con tanta prisa que se había olvidado de ella y eso que la pobre necesitaba evadirse y olvidarse de tanta pena. Se maldijo y decidió arreglarlo yendo a su casa en cuanto estuviera vestida.


Mientras tanto Susana no lograba concentrarse en la lectura. Se sentía mal, ese brote de hierba arrancado con tanta saña la estaba martirizando.

¡No está bien lo que he hecho!, pensaba, ¡el pobre solo intentaba llegar a la luz!, sentir los rayos de sol sobre su frágil cuerpecito y hacerse fuerte. ¿Cómo puedes pensar en disfrutar de la lectura en un momento como este?

Al fin, decidió ir a la fuente y llenar de agua la tapa del termo que llevaba consigo y en ese momento descubrió, con el rabillo del ojo, que Clotilde avanzaba hacia ella luciendo sus prendas más elegantes. En el pecho, sobre la camisa de seda, habían quedado prendidas las migas del último bollo que había comido. Como siempre la acompañaba su hijo Pedro al cual tampoco le hubiera sentado mal subir andando hasta el cementerio.

—Susana, no se te ocurra beber esa agua, ¡por Dios!

—No se preocupe, doña Clotilde, no es para mí.

La mujer se puso tensa y con rápidos movimientos de cabeza inspeccionó el lugar en busca del ser de cuatro patas. Estaba prohibido llevar mascotas al cementerio y esa habría sido la ocasión perfecta para armar un buen follón, uno de los suyos, uno de esos que la dejaban relajada para el resto del día.

—¡Es para intentar revivir a ese pobre que he ajusticiado en un brote de ira inexplicable! —dijo Susana indicando hacia la tumba de Mariano— A veces una no sabe lo que hace y se deja llevar por la rabia, por hacer lo que cree correcto sin pensar en las consecuencias y luego vienen los remordimientos pero ya es tarde para eso.

Madre e hijo fueron doblando el cuello hacia el mismo lado según Susana explicaba lo sucedido y la misma expresión ceñuda hizo aparición en sus caras.

—¡Vámonos, madre! No tienes por qué estar aguantando esto —dijo Pedro empujando a su madre con el brazo y mirando a Susana con aire reprobatorio.

—Bueno… ¡a lo mejor revive! —dijo Susana— Si lo llego a saber, no les cuento nada. ¡No pensaba que fueran ustedes tan sensibles!

Regresó a su parcela sintiéndose cada vez más culpable y empezó a buscar a la víctima de su acto brutal. Encontró al imberbe en un claro del camino y comprobó con júbilo que las raíces no habían quedado muy dañadas. Lo recogió con delicadeza y sumergió los pelillos en el agua, dejando luego la taza al lado del florero.

Mientras volvía a tomar asiento se fijó en una viejecita que recorría el camino de tierra. Avanzaba encorvada y levantaba una nube de polvo al arrastrar los pies.

¡El ramo que lleva pesa demasiado para un cuerpo tan debilitado!, pensó Susana mientras se preguntaba si hubiese sido correcto ir a ayudar a Doña Remedios.

—Buenos días, Susana, ¡esta mañana se te ve contenta! —saludó la anciana mientras se detenía para hacer un descanso.

—Sí, estoy contenta porque me he dado cuenta de que la vida se abre camino de las formas más inesperadas y estoy convencida de que, con mis cuidados, el pobre terminará resucitando. Aunque, para serle sincera, no deseo que esto vuelva a repetirse y no sé qué opinará don Eufrasio, me refiero a lo de usar herbicida. Lo digo por aquello de no arrancar ninguno más de la tierra, le aseguro que luego se siente una culpable y la gente no te mira con buenos ojos.

—¡No deberías de hacer esas cosas, niña! Con los muertos no se juega.

—¡Pero si no está muerto del todo!, ¡ya verá como vuelve a la vida y más fuerte y hermoso que antes!

La anciana agachó la cabeza y reanudó su camino lento y tortuoso, girándose de vez en cuando para observar a la muchacha.

—Creo que este lugar sensibiliza demasiado a la gente, ¡Solo ha sido un hilo de hierba y me tratan como a una asesina! La verdad es que estoy empezando a darme miedo a mí misma. ¿Qué habría hecho si hubiese encontrado a un gato tumbado sobre Mariano? ¡No quiero ni pensarlo! Y, visto lo visto, ahora estaría, como mínimo, en comisaría.


Marisa, cansada de llamar al timbre de casa de Susana, estaba terminando de escribir una nota. La dobló y la lanzó por debajo de la puerta con un certero puntapié. Después fue corriendo a buscar una farmacia para comprar la pastilla del día después, olvidándose, de momento, de los problemas de la amiga porque con los suyos ya tenía suficiente.


Entre charla y charla con los asiduos del lugar, había llegado la hora de comer y Susana no había avanzado mucho en la lectura de su libro, no hacía más que observar si el hilo de hierba, que seguía desplomado hacia un lado, empezaba a dar señales de vida. Nadie la comprendía ni la animaba a seguir luchando. Pero estaba segura de que Mariano habría estado de acuerdo con ella, él, que amaba todo bicho viviente, la habría apoyado en su decisión de seguir adelante.

Concentró sus esfuerzos en otra cosa y fue así como se dio cuenta de que no había comido nada desde el desayuno por culpa del maldito brote. Tenía hambre. De la bolsa sacó un paquete envuelto en papel de aluminio y se quedó pensativa.

No estoy segura de que esté permitido comer en el cementerio, pensó, a lo mejor está prohibido, pero los frutos secos no ayudan nada en el asunto del régimen.

—¿Tú que dices, Mariano? —preguntó dirigiéndose a la foto del difunto—¿Te molestaría si comiera un emparedado aquí, a tu lado? Es de tomates y pechuga de pavo. ¡Seguro que eso no te abrirá el apetito!

—¿Con quién estás hablando? —preguntó un hombre que caminaba a su lado con pasos presurosos.

—¡Vaya, don Hurtado!— dijo Susana a modo de saludo después de haber reconocido a su vecino del quinto—¡Aquí, charlando con Mariano! Pero por muchos argumentos que saque no consigo que me envíe ni una sola señal y eso que cuando estábamos juntos nos entendíamos sin necesidad de abrir la boca. ¡Estará ocupado!, lo comprendo, ahí arriba tendrá mucho que hacer y con sus problemas respiratorios y la alergia a las palomas, no le será nada fácil adaptarse. ¡Pero al menos una señal! ¡aunque fuera pequeñita…! Un brote… ¡¿Un brote?! ¿Usted cree que un brote puede ser una señal? —preguntó mientras agarraba la taza del termos— ¡Mariano! ¿Estás ahí, Mariano?

Susana volvió a quedarse sola, el hombre aceleró sus pasos y desapareció de su vista.

Me ha parecido algo maleducado, pensaba Susana, pero por otra parte diría que es normal, en la posición en la que estaba no ha podido ver el brote dentro de la taza, habrá creído que hablaba con los posos del café.

Se comió el bocadillo y tras comprobar que el brote seguía vivo pasó el resto de la tarde leyendo.

Cuando volvió a casa oscurecía y tenía los brazos cansados de llevar la taza con el brote que había plantado en un poco de tierra. No había querido dejarlo en el cementerio porque pensaba que el relente de la noche podría darle el golpe definitivo.

Lo primero que vio al entrar en casa fue un papel en suelo. Dejó la taza sobre una mesa, recogió la nota y la leyó.

El folio volvió al suelo al tiempo que Susana volaba a la cocina. Estaba pálida y parecía descompuesta. Abría y cerraba las puertas de las alacenas revolviendo su interior y tirándolo todo, hasta que detrás de unas viejas latas de té apareció una botellita de ginebra. La abrió con manos temblorosas y bebió el contenido del frasco de un trago. Se apoyó a la pila y se obligó a respirar varias veces llenando primero la tripa, luego el estómago y al final los pulmones como le habían enseñado en las clases de relajación. Claro que no le habían comentado nada sobre la ginebra y Susana tenía sus dudas de que, esta vez, el asunto funcionara.

Cuando se hubo calmado volvió al salón y se quedó mirando la nota durante unos largos minutos. Su mente estaba en blanco, probablemente debido a la ginebra, era como si la soledad se hubiese instalado en su cerebro dejándolo completamente vacío. Pensó que debía de comprar una botella más grande porque esa sensación empezaba a gustarle.

Al fin recogió el papel y se sentó en el sofá para leerlo una segunda vez:

Querida Susana, siento no haber podido hablar contigo antes pero ando con la cabeza entre las nubes y la alergia me está matando. Cuando menos te lo esperes vendré a verte y hablaremos de todo. No está bien que estés siempre sola, tienes que salir con los amigos y divertirte.

P.D.: No olvides que la vida hay que cultivarla.

Susana ya no volvió a sentirse sola.

8 comentarios:

  1. Hasta el final el misterio 😃
    Me gusta mucho

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  2. Gracias, Charo.
    La culpable de todo: la ginebra

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  3. Leí completo tu texto, tienes buena redacción, descripción de personajes y entorno. Como sugerencia podaría un poquito el relato. También ojo con aquello de y cito: se quitó/quitaba la mochila, en párrafo cuarto y octavo. Finalmente la conclusión del relato está bien enganchado. Un abrazo

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    1. Gracias Skeisan por leer y detenerte a comentar.
      Tienes toda la razón con el quitó/quitaba lo arreglaré.
      Seguiré tu consejo de podar, me he dejado llevar por la plasticidad de alguna imagen que en realidad ni aporta información y hace avanzar la trama, pero son tan bonitas!!!
      Este es el primer relato en el que me duele usar tijera.

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  4. Un relato lleno de humor y malentendidos. Lo que hace la falta de una comunicación clara y certera, jaja. Y Mariana podría haber firmado su nota.
    Una lectura la mar de amena, con unos personajes que aportan su grano de arena al embrollo.
    Un abrazo.

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    1. Hola Josep
      gracias por dedicarme tu tiempo.
      Mariana ya tiene bastantes quebraderos de cabeza, la alergia y lo demás no permiten que haga ni una cosa a derechas. Por otra parte gracias a Mariana hay relato.
      Un abrazo

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  5. Un divertido y ocurrente relato, paola. Los malentendidos y las confusiones originan situaciones equívocas cargadas de humor. ¡Muy bueno!

    Un abrazo.

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  6. Gracias Julia
    Lo que decimos y lo que queremos decir. Lo que decimos y lo que los demás entienden. Eso sí, exagerando un poquito.

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