martes, 28 de marzo de 2017

El bar de Ernesto: Amores virtuales





El día iba a llegar a su fin sin aportar nada nuevo a nuestras vidas.

Los nubarrones que llenaban el cielo se habían adueñado del ánimo de mis clientes apagándolos como velas con poco oxígeno. Nadie tenía ganas de charla y por muchos intentos que yo hiciera no conseguía hilar una simple conversación. Los cúmulos negros amenazaban con inundar el local.

Cuatro mujeres abrieron la puerta y dejaron entrar una ventisca que dio vida a la peña del bar. Los hombres se enderezaron sobre sus sillas y al tiempo que aspiraban el perfume que las señoras desprendían a su paso, se componían el pelo con disimulo.

Las chicas vestían indumentaria elegante pero de forma descuidada. Daba la sensación de que no se hubiesen molestado en buscar un espejo pero, gracias a tener hermana, sé que el estilo casual es el que más tiempo de pruebas conlleva.

Se sentaron alrededor de una mesa, tan enfrascadas en la conversación que ni siquiera se molestaron en mirar al personal y no se percataron del cambio que su entrada había causado en el ánimo de los clientes.

—Ya no sé qué más puedo hacer por él, mi hijo se pasa el tiempo delante del ordenador y eso me saca de quicio, no sale apenas con amigos, ¡figúrate con chicas! —decía una de ellas gesticulando con los brazos llenos de pulseras. Y girándose hacia mí pidió— ¡cuatro birras, dos con y dos sin, que estén bien frías!

— ¿Y eso te parece mal? —preguntó otra de ellas con aspecto de colegiala.
—Mujer, me da miedo de que se convierta en un inadaptado, si sigue así no sabrá estar entre la gente.
—En la web está con gente —replicó la colegiala muy seria.
—Sí, claro, ¡con amigos virtuales! —contestó la madre desquiciada.
—¡Son los mejores! —intervino una tercera con carita de no haber roto un plato en su vida.
— ¿Los mejores? ¿por qué piensas eso?
—Porque no se fijan en “el exterior”, solo en “el interior” de las personas —contestó mientras recomponía la melena pelirroja. Llegué y coloqué los posavasos que había elegido para ellas, centré en ellos las jarras heladas y puse al centro unos platitos de almendras, de pepinillos, de patatas fritas y cuatro banderillas.
—Ohh —dijo la madre abriendo mucho los ojos — ¡Qué atento!
— ¡Qué monos los posavasos! Son de Mafalda —añadió la colegiala aplaudiendo con las puntas de los dedos.

Conseguí así que se fijaran en los detalles decorativos que tanto me había costado elegir. Los posavasos habían dado en la diana.

— ¿Qué querías decir con eso de que no miran el exterior?—preguntó la desquiciada después del paréntesis de alabanzas.
— Que los amigos virtuales son los que de verdad se fijan en cómo eres por dentro y no por fuera.
—Nunca lo había mirado así y vas a tener razón.
—No te llaman gorda porque no te pueden ver… —dijo, tras un suspiro, la cuarta compañera a la que la ropa le venía algo justa.
— ¿Chica, como no me había dado cuenta de ello?
—En la red eres lo que eres, te aprecian por lo que dices o por como lo dices pero no por lo que ven cuando lo dices —añadió la más fornida.
— ¡Oye, me has abierto los ojos! ahora resulta que mi hijo es un genio y yo sin saberlo
—¡Hay quien tiene novio virtual! —añadió la pelirroja acercándose a la mesa para que los demás no pudiéramos oírla.
— ¡Novio… platónico! De esos que te escriben poemas de amor…pero nada más —comentó convencida la madre desquiciada.
— ¡No, no! novio…con asuntillo —continuó la pelirroja.
— ¡Joder, tía! ¿Y eso cómo se puede hacer?
—La verdad es que no lo sé exactamente…a mí me lo han contado. Pero al parecer puede ser tan excitante como en la realidad.
— ¡Cuenta, cuenta!

A los clientes les crecían las orejas, todos permanecían muy callados y en apariencia absortos en sus problemas pero estoy seguro de que si alguien se hubiese atrevido a toser en ese momento le habrían cortado las cuerdas vocales.

—Bueno… ¿tú no leíste las “Cincuenta sombras de Grey”?
— A medias, pero sé de qué va.
—Anda, ¡mira esta!, a medias…como todas, ¡no te digo! —intervino la “kilitos” provocando una risotada general.
—Y eso… ¿qué tiene que ver con lo del novio on-line?

La pelirroja sonrió maliciosa y dejó que sus dientes rompieran una patata produciendo un crujido que aumentó la expectación. No volaba una mosca en todo el local, me recordaba a esa ocasión en la que Iniesta llevaba el balón entre los pies y la portería le esperaba con los brazos abiertos, eso sí, unos cuantos años atrás.

— ¿No te excitaste leyéndolo?
— ¡Pues claro, como todas!

Otro silencio, esa mujer sí que era una actriz. Yo tenía ganas de intervenir pero no creí oportuno hacerlo. Aquello era un círculo cerrado, un vendaval de emociones a flor de piel que podía quebrarse por una intromisión inadecuada así que puse las antenas como todos y callé.

—Figúrate… —continuó tono sensual— que “Anastasia” no pueda quedar con su amor porque está lejos, en otro país. Pero pueden escribirse, pueden contarse lo que se harían el uno al otro, ¿no os excitaría igual?

—Igual—asintieron las otras tres con las cabezas casi pegadas unas a otras.
— Ahora pensad que Anastasia sois vosotras, en la cama de un hotel, estáis solas delante del portátil. El que está al otro lado es un hombre de carne y hueso, al que no habéis visto nunca pero real, un hombre que vive en la otra punta del planeta y que nunca veréis. Un hombre que os ha enviado poemas de amor en los que grita que os desea. Imaginad que os pregunta dónde estáis y contestáis que en la cama. Os pregunta que lleváis puesto y contestáis que solo una gotita de Chanel en el cuello… —Mordió otra patata.
— ¡Joder, María! ¿Pero cómo sabes tú tanto de esto? —preguntó la desquiciada rompiendo el silencio que se había adueñado del local…
—Ya os lo he dicho, ¡me lo han contado!

Siguieron las risas, las bocas abiertas y las expresiones de falso recato. Ese era mi momento y no me lo dejé escapar...

— ¿Las señoras tomarán otra birra o preferirán un coctel especial de la casa?
— ¿Un coctel de la casa? —preguntó la colegiala.
—“Aroma de albahaca”: limón, azúcar de caña, albahaca, mucho hielo picado y un vasito de ron.
—Venga chicas, ¡un día es un día! y además, ninguna tiene que conducir —decidió la pelirroja.

El local se animó por arte de magia, todos charlaban y los nubarrones se difuminaron por completo, puse música caribeña y el invierno desapareció de inmediato.

Esa noche me quedé sin albahaca en el bar, y al llegar a casa, la red estaba misteriosamente colapsada.

4 comentarios:

  1. Jajaja. Muy buena la historia. Echaba de menos el bar de Ernesto, donde todas las historias tienen su gracia y su miga. Ese hombre si que es un buen psicólogo. Supo aprovechar la ocasión. Los nubarrones, por muy oscuros que sean, siempre acaban despejándose con un poco de alcohol y de imaginación.
    Un abrazo.

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  2. Gracias, Josep
    No hay nada que se resista a un chismorreo interesante

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  3. Me encanta lo que dejas a la imaginación 😊

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  4. Hola Charo
    No he querido entrar en la intimidad de los demás...cada cuál que lo siga a su gusto!

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