viernes, 13 de mayo de 2016

Una historia que contar

      

     «Toledo, 15 marzo de 1888

         Decidí fugarme con él, era la única salida a nuestro amor prohibido. La noche acordada me dirigí  a la biblioteca, cogí la llave que mi padre escondía en el viejo jarrón y giré el pomo de la chimenea abriendo así la puerta secreta. Entré en el  pasadizo que une la casa con la iglesia  cerrando la entrada a mis espaldas. Fernándo me esperaba en mitad del camino, al otro lado de la cancela cerrada que divide el subterráneo en dos partes iguales» .


         El  despacho  olía a libros antiguos y a incienso. Dos monjas encorvadas sobre la mesa examinaban documento.  Una de ellas, mi hermana pequeña, levantó la cabeza y  vino hacia mí con los brazos abiertos.