lunes, 22 de octubre de 2018

Por si suenan las campanas...




—Señoras y señores, queridos oyentes, son las once, las diez en las islas Canarias —dice el locutor, toma aire y sigue.

Ese día, el programa se realizaba desde Muchopán, pueblo en el cual unos insólitos acontecimientos habían terminado por dividir en dos frentes a la población, y llegaba el momento de afrontar el tema.

—Señor Marín, el Bola, presidente de la peña Los Tercios ¿podría exponernos brevemente los hechos?

—¡Sí señor! —contesta y repiquetea con los dedos sobre el estómago— Nuestras mujeres han perdido la cabeza.

La señora Ramírez, Marrusquia, presidenta de la peña Con un par de tacones, aparta a su paisano y se acerca al altavoz.

—¡Nuestros hombres nos quieren robar!

El Bola chasca la lengua y sonríe al presentador.

—¡Convendrá que eso es injusto, don Carlos! Los hombres proponemos un reparto del premio porque el boleto ganador se compró con fondos familiares.

—¡Trae acá! —grita la Marrusquia adueñándose del micrófono y alzando la voz por encima de los vítores del público— Ten la decencia de contar las cosas como son: en el pueblo existía solo la peña de los Tercios, nada que ver con la de Flandes aunque ahí tampoco podían entrar más que hombres. ¡Eso es inadmisible en el siglo XXI, don Carlos! así que peleamos y los zopencos del ayuntamiento nos cedieron un local porque los hombres se empecinaban en mantener sus normas.

—¡Pues ya estábamos en paz!

—¡Era el antiguo lavadero público! sin paredes ni ventanas ni puertas… —contesta la mujer mirando al contrincante con ojos entornados.

—¡Y bien fresquitas que estabais!

El presentador mira al guardia de seguridad y luego observa a una señora que levanta la mano desde el fondo de la sala.

—¿¡De dónde íbamos a sacar dinero para reformarlo!? —gritan desde el público.

—¡Pues de la lotería! —continúa Marrusquia— Y tuvimos suerte. Todo el mundo era feliz hasta que llegó el momento de la verdad. Nadie sabía qué había puesto cada cuala  y el premio no se podía repartir por mucho berrinche que cogieran los hombres.

—¡Cuenta, cuenta lo que hicisteis con la pasta…! —increpa el Bola.

—Restaurar el lavadero…

—¡Y poner un yacusi en el pilón, una sauna en el secadero y una sala de masajes para perder molla de la retaguardia!

—¡Nosotras lo merecemos! —gritan desde el público— Y vosotros ¿acaso no disfrutáis de una tele gigante y del canal para el futbol, pagado con dinerito de las familias?

—¡No compares, mujer, lo nuestro es pasión! —contesta el Bola—¿Y qué me dices del pueblo? ¿Os dais cuenta de cómo ha cambiado?

—¿A qué te refieres? ¿A qué los jóvenes han vuelto de la ciudad? ¡pues mira qué bien! —conviene una mujer sentada en primera fila.

—Y los veraneantes se han establecido en los chaletes todo el año y ¡no cabemos en la taberna, por Dios! —contesta un hombre tomando la palabra— Además, la venta de camas individuales se ha disparado porque unos y otras ya no se hablan. ¡Creo que las de Con un par de tacones se están pasando de altas!

La Marrusquia se levanta y mantiene los puños cerrados.

—Interrumpimos el debate —dice el entrevistador a toda prisa— para ceder la palabra a alguien del público que parece deseoso de intervenir. Señora…

—¡A lo hecho, pecho! —grita la mujer levantando un dedo acusador—Hemos ganado la revancha con lo del lavadero y está bien. Pero ahora ha llegado el momento de mirar hacia el futuro, y lo dice alguien que de eso le queda poco.

La mujer avanza muy recta en su silla de ruedas, sin mirar a nadie a la cara.

—¡A ver qué le parece, don Carlos!— dice después de dejar un fardo de tela anudada sobre la mesa.

—¡Vaya! —dice el locutor— una hogaza como las de antaño, y ¡qué perfume a tiempos pasados! Señora, acabo de volver a la infancia…

—Eso era lo quería oír, porque aquí se está perdiendo la cordura. Con el dinero sobrante se podría abrir la vieja tahona de mi Anselmo que en paz descanse. Se daría trabajo a los parados y buen pan a la gente de bien. Y, por si suenan las campanas, aprovecho la oportunidad para darnos a conocer en la comarca—y acercándose al micro grita— ¡con un par de tercios, el pan de la abuela, en su horno de Muchopán!

Tras unos segundos de titubeo El Bola y La Marrusquia se dan la mano, el locutor da paso a la publicidad y en la sala se contagian los aplausos.

miércoles, 3 de octubre de 2018

La fiesta de Lina






—A ver si nos entendemos, ¡no se trata de tetas sí y culo no!



                Es el cumpleaños de Lina, amiga mía desde la infancia y madre de Silvia.
Besos y abrazos  en la entrada y un ejército de gente en el salón.
 Silvia y Susana suben por la escalera a la segunda planta del chalet y las sigo con la mirada, añorando tiempos pasados. Aguzo la vista y ¡coño! bajo esas faldas tan cortas, el tanga ni siquiera se ve. Solo  dos culos. Los culos prietos  de dos quinceañeras despreocupadas.
Toso, Silvia baja la cabeza y le hago  señas de que se pegue la falda por detrás, ella frunce el  entrecejo pero me hace caso.

—¿Sabéis lo de Leo? —pregunta Marisa, madre de Susana.
—¿Qué le ha pasado?
—Se ha separado de la extranjera.
Le sigue un momento de silencio en el que todos parecen asumir la noticia.


Sé que las niñas bajarán y me preguntarán: ¿Clara, no eras tú la que iba diciendo que si se les pone dura al ver un escote,  el problema lo tienen ellos?
 Necesito un cigarrillo pero aquí no me dejan fumar. Me apaño con un sorbo de cerveza.

—Eso no es todo —dice José, marido de Marisa— lo peor es lo del niño.
—¿Se lo va a quedar él? —pregunta Juan Carlos.


¡Con la que está cayendo en piso de arriba y aquí todos con el novelón de Leo! Y si a las niñas les digo que ha habido mujeres que  han dado la vida para que ellas tengan la libertad de la que gozan…  Hummm, no sé.  Verás, Clara, contestaría yo en el lugar de cualquiera de ellas, me importa un bledo lo que hayan hecho las demás, nadie me ha  pedido opinión antes de hacerlo. Te quiero mucho y lo sabes,  pero ni tú ni ningún fantasma del pasado va a decirme como he de vivir.


— ¡Qué vaaaa! Leo no quiere saber nada del niño.
—¡¿Qué me dices?!
—Lo que oyes. Un momentín solo, que acabo de preparar los canapés y os lo cuento todo.


Subo, un tanto asqueada por el cariz que va tomando la reunión.
Sobre la cama, Silvia y Susana están charlando. Todo es rosa, a juego de los zapatos de tacón que Silvia  estrena hoy.
Me ven, callan, y cruzan los brazos en el pecho.

 Chicas, digo sentándome entre ellas, la pregunta no es ¡qué tipo de maquinilla usas para depilarte el sobaco! la pregunta es ¿por qué he de hacerlo  yo por él cuando él no lo hace por mí?
Inclinan los cuerpos detrás de mi espalda y se miran.
—Nosotras nos depilamos con cera.
—¿A vuestra edad?
—¡Qué pasa!, nos lleva mi madre —medio grita Susana—. Y, Sí, ahí fue donde nos enteramos de lo de Leo, si es eso lo que has venido a preguntar. ¿Cómo sabías que la esteticista había sido su novia?
—¡Pero  qué me estás contando! ¡He venido para hablar de culos, y no de chorradas!
—Pues no lo parece, has hablado de sobacos y una cosa lleva a la otra.
—A ver, chicas, a lo que he venido, ¿qué es para vosotras la libertad de la mujer?
—Ahh, ¡Era eso…!  Pues la libertad no es ni más ni menos que hacer lo que nos salga del chichi.
—¡Pues no! Sabed que ni el más libre de los hombres puede hacer lo que quiera. Además lo del chichi no me gusta en absoluto.
—Del coño, ¿mejor?
—Digamos que es menos vulgar y algo más serio.
—¡Pero  podremos vestirnos como nos dé la gana, digo yo!
 —Siempre que os respetéis a vosotras mismas. A ver si nos aclaramos ¡la libertad  no consiste en mostrar el culo al mundo entero!  se trata de  enseñarlo a quién quieras, cuando quieras y porque  quieres hacerlo. ¿Lo pilláis o qué?
Sonríen y estiran los brazos.

Bajo. Bastante contenta con el resultado.
De salmón no queda ni un  canapé. Pero el  de guacamole con gambas ya es mío.
Lo que más me cabrea es no haber logrado librarme del cotilleo… pero la fiesta de Lina es la fiesta de Lina:

                Resulta que Leo no es el padre del chico. ¡Qué sí, que son como dos gotas de agua!, pero no, ¡que no es oro todo lo que reluce! ¿Que si ha costado un montón aclarar lo ocurrido? ¡Qué sí!, que ha costado pero que todos los nudos llegan al peine…  ¿Que si hay  pruebas de eso? ¡Cómo no va a haberlas!, que si los  genes, que si los análisis, que si la extranjera deseaba un bebé como agua de mayo y que si el niño no venía ni buscando con lupa… ¡que si el abuelo falda veía…! Y para postre lo de la esteticién.

¿Qué pasa con ella?
Que ha visto cositas…
¡No me lo creo!

 Pues ya puedes, querido… ¡qué sí! que la tía vive justo delante de Leo y que había sido su prometida y  ¡que si  al hierro el orín a la envidia es el ruin! ¿Y el traje? ¿Qué me dices del traje de bodas que había apalabrado, muy mono por cierto?  Pues quedó tan dolida que metió toda la zarpa, hasta el cuello.

 ¿Qué me dices?

 ¡Qué es cierto, que sacó fotos  de extranjis en la casa de enfrente! Qué sííí, y va y  se las enseña  al ingenuo de Leo… una noche en el pub… estando ella medio borracha. ¿Que qué dijo el muchacho? Figúrate… ¡caer del guindo y acabar en un zarzal repleto de espinas!

 ¿Y no dijo nada?

 ¡Y qué iba a decir!  se puso blanco como la leche y duro como la mojama, y el muy animal  fue a por una escopeta, ¡figúrate… su propio padre!

¡Hizo bien, yo habría hecho lo mismo!
¡Ya ha saltado el machito ofendido!
¡¿Te parece normal que tu padre se tire a tu esposa?!
Vaaale, pero ¡¿con una escopeta?!
Tranquilos… que no pasó nada, menos mal que entre cuatro  le pararon a tiempo pero...

Que no, ¡que no puedo más y encima descubro que es sin alcohol la cerveza! Lo siento pero aquí se acaba la fiesta de Lina.

O salgo a fumar o reviento.