lunes, 25 de marzo de 2019

Dos manos no son suficientes



El hombre se transformó en un torbellino y terminó por destrozar las pocas antiguallas que tenía delante.


Minutos antes, un conocido picor en la palma de la mano  le había avisado de que algo no cuadraba. Alarmado, se acercó a una ventana para mirar a través del hueco que quedaba libre entre las tablas que la cegaban. Exploró un jardín destartalado, árboles consumidos con ramas tronchadas y matojos secos moviéndose al viento, pero ese sexto sentido que  había desarrollado durante los años de cárcel le habían permitido captar algo más.


 El desahogo anhelado llegó tras el destrozo de los muebles carcomidos y Rony, más calmado, volvió a examinar los movimientos que tenían lugar en el exterior.

¡Demasiado gordos para ser conejos!, los cuatro hijos de puta que juegan al escondite ahí fuera son hombres del Indio empeñados, sin duda, en arrancarme el pellejo. ¡Y  Suárez diciéndome que este sería un lugar seguro!,  que  ese chiflado de ojos rasgados no me encontraría en un sitio abandonado por la mano de Dios  ¡claro!, mi compadre no contó con que el malnacido y sus hombres son parientes del demonio.

Rony escupió en una esquina y tras poner en pie una mesa polvorienta, vació el contenido de su mochila sobre ella. Apartó la morralla que le habían entregado al salir de la cárcel y tomó la pistola. Llenó el cargador y contó la munición restante.

Tienes balas de sobra  pero nada más que dos manos. Podrías  acabar con  esas mierdecillas  pillándolas desprevenidas desde fuera, pero solo hay una  puerta y con esta puta luz te verán salir. En cuanto anochezca seguro de que esos cabrones  rodearán…

Rony oyó crujir las piedras del camino y, con la respiración acelerada, volvió a escrutar las afueras. Un Mercedes avanzaba hacia el caserón al tiempo que emitía un sonido repetitivo.
Su mandíbula  estaba tan apretada que las venas de su cuello se podían contar desde lejos.

¡Por mis muertos que ese coche es del Indio!, el mayor hijo de puta que parió madre ha venido a verme en persona. ¿Quién si no iba a llevar un coche como ese? ¡Fantoche engreído!… Si has pensado que la trena ha podido conmigo, ¡te equivocas! No te lo voy a poner fácil, ya estoy muerto y no tengo nada que perder.

 El vehículo se detuvo frente a la puerta del caserón y la música  cesó al apagarse el motor. El silencio resultante parecía no tener fin, Rony contaba los latidos de su corazón para mantener la calma.
La puerta del conductor se abrió, y Rony sostuvo la respiración.

¡Te equivocaste colega! No es el cabrón del Indio sino Suárez. ¡Vaya bugati se ha apalancado en mi ausencia el compadre!  ¿Y qué coño estará haciendo aquí? No quisiera… si ese hijo de perra me la ha jugado juntándose con esa carroña será el primero en caer esta…

No pudo terminar la frase al constatar que se abría la puerta del copiloto y que una rubia salía a trompicones sin dejar de hablar ni un momento. Rony se asustó por lo que podría pasar pero optó por esperar acontecimientos. Observó que los altos tacones de la joven se torcían sobre las piedras del camino.

 ¡Pero si no consigues mantener el equilibrio!, y deja de estirar esa falda, ¿no ves cómo ese culo que Dios te ha dado, tan redondo y tan prieto, te la vuelve a subir? ¡Me cago en la leche, justo lo que me faltaba en este momento! Y ahora qué. La nena saca una chaqueta de la parte de atrás… se deja todas las puertas abiertas… y viene hacia aquí zozobrando como un barco a la deriva. ¡Y el idiota de Suarez… ¡míralo! completamente encoñado y blandiendo una botella de ron en el aire como si de una bandera se tratara! El cabrón sigue siendo el borracho putero de siempre y yo pensando que me había traicionado.
  —¡Soy  Suárez—gritó el amigo al entrar mientras la chica lanzaba los zapatos al aire y se acercaba peligrosamente a una  ventana. 

Tienes que intervenir, antes de que esa muñeca quede hecha un colador.

¡¿Te has vuelto loco?!   ¿Se puede saber qué estás haciendo aquí, con esa tajada y una fulana de poca monta? Ahí fuera están los hombres del Indio, ¡idiota!, no os han frito a balazos porque tu amiguita les nubló el sentido como a mí. Si no le ordenas que se aparte de la vent…

—¡Siéntate y  calla, mamón! O no entenderé qué coño pasa ahí fuera —interrumpió la rubia. Tiró  la chaqueta quedando al descubierto una escopeta de cañones recortados—, y, además, si paras de cacarear, Suárez conseguirá explicarte que hay dos compadres en el carro, cargados de armas hasta arriba. Si no, ¡para qué he dejado las puertas  abiertas! ¿Es que crees que soy idiota?