martes, 21 de noviembre de 2017

La gasolinera





En el asiento del copiloto, un cono de luz ilumina un círculo sobre un mapa de carreteras.

—¿Te paras en medio de la nada, con la prisa qué llevamos? —pregunta una voz femenina mientras el haz luminoso enfoca la cara al conductor.

—El letrero que acabamos de pasar confirma que esto es una gasolinera aunque no lo parezca —contesta el hombre deslumbrado mientras se escucha el sonido que emite el freno de mano.

—¡Mejor paramos en la siguiente, Roberto! el sitio no me gusta, está lleno de polvo, no hay ni un alma y para colmo quieren ahorrar, ¿no ves que los letreros están apagados?

—Entiendo que el sitio no desprenda glamour suficiente para ti pero te recuerdo, florecita de alelii, que lo del atajo ha sido idea tuya y te informo de que esta vez no pienso empujar.

—Está bien, me has convencido. Pero no tardes —contesta la mujer mientras saca el teléfono del bolso y activa una llamada.

—Hola Mati, soy Raquel. Sí, estamos de camino pero siento decirte que llegaremos con retraso, estamos perdidos para variar y, por si fuera poco, a Roberto se le ocurre parar a echar gasolina.

—No te preocupes, la noche es larga y lo importante es que lleguéis. Prometemos esperaros para la cena. Y a propósito de cena, te habrás puesto de tiros largos ¿no?

—La verdad es que hemos salido con el tiempo justo porque no me decidía y al final he elegido el traje rojo, el de la boda de Amparo.

—¡Buena elección! con ese triunfas esta noche. Oye, ¿dónde dices que estáis?

—Acabamos de pasar un pueblo pero no me acuerdo del nombre, es algo de una villa y una cabra, espera que ahora mismo lo busco —contesta Raquel enderezando el mapa.

—¡No será Villargordo del Cabriel!

—¡Ese mismo!

—¡Dios mío! entonces os habéis desviado a la vieja nacional lll. ¿Y dices que habéis parado en una gasolinera? ¡Eso no puede ser, querida! que yo sepa, en esa carretera las gasolineras están abandonadas desde hace tiempo.

—¡Cómo que abandonadas!, Roberto acaba…

—¡Escucha! Está anocheciendo y será mejor que volváis a la autovía. Llama a tu marido y salid de ahí enseguida.

La mujer mira a su alrededor pero la oscuridad ya lo envuelve todo, abre la puerta del vehículo y un aire irrespirable le bloquea la tráquea. Tose y vacía el contenido de su estómago sobre el cemento.

—¡Robertooo! — grita entre arcada y arcada.

Busca un pañuelo en el bolso y el contenido de éste se esparce sobre el suelo. Mientras lo recoge, Raquel, más que revuelta y angustiada, empieza a sentirse desamparada.

—¿Qué está pasando? ¡Contesta Raquel! —grita Mati a través del móvil.

—Esto no me gusta ¡aquí huele a muerto, no se ve nada y Roberto no responde!

¡Joder, Raquél! ¡pero dónde os habéis metido? ¡Iros ahora mismo!, a saber los piraos que andan por ahí a estas horas…

La mujer deja el teléfono en el asiento y sale de nuevo, nota que las piernas no la sostienen con la fuerza necesaria y avanza agarrándose a todo lo que encuentra a su alcance. En su cabeza se agolpan un montón de preguntas pero ella prefiere no responderlas.

Se acerca a la construcción e intenta mirar a través de una ventana pero todo está a oscuras y la abertura se encuentra demasiado alta. Busca y descubre un armario metálico. Con cuidado, apoya el pie en un cajón a medio abrir y toma impulso pero el mueble vuelca produciendo un ruido espantoso. Raquel queda colgada de las rejas y siente crujir la muñeca derecha. Oye unos perros ladrar en la parte de atrás y, entre espasmos de dolor, se deja caer para volver al coche corriendo.

—Raquel ¿eres tú? ¿ha vuelto Roberto? ¡Dime algo!

—¡No, Mati, no lo encuentro, creo que me he dislocado una mano y el tacón de un zapato se ha partido por la mitad!

—¡Vaya por Dios! Será mejor que apagues la luz, es vital que no te vean.

Raquel pulsa el interruptor con un movimiento veloz y solo se escucha en el aire el castañeo de sus dientes.

—¡Arranca el coche y vete de ahí ahora mismo! —dice Mati a través el móvil.

En la oscuridad, la voz de mando de la amiga pone en tensión los nervios de Raquel que empieza a busca el interruptor de contacto palpándolo todo.

—¡No puedo! Roberto se ha llevado las llaves —Solloza y se agarra la muñeca hinchada.

—Mira, cariño, estamos llamando a la policía pero tranquila, ¡no desesperes que esto no es Texas!

De pronto el retrovisor se ilumina, Raquel tarda en reaccionar pero al final se da cuenta de que tiene una última oportunidad. Sale del coche a trompicones y llega al borde de la carretera cojeando pero a tiempo para hacer señales a un camión. Unos potentes faros la deslumbran y después desaparecen quedando solo dos puntos rojos al final de la recta. En sus mejillas han impactado unas piedras del camino, y el vestido ha quedado salpicado de tierra.

Se derrumba y resbala hasta el suelo con la espalda apoyada en el letrero apagado.

Un silbido potente pone fin al ladrido de los perros y el silencio que sigue resulta aterrador. Raquel no sabe hacia dónde mirar y se tapa la cara.
Entre los dedos de las manos observa una luz que se enciende detrás de la casa, que se mueve y que termina asomando por una esquina. Raquel se estremece, la luz avanza hacia ella con decisión y el pánico la empuja a correr hacia el punto que cree más seguro, su coche.

—Mati, ¡ya vienen!

—¡Pues escóndete! que crean que Roberto viajaba solo.

Raquel no consigue moverse, vislumbra una sombra a su lado y un escalofrío recorre su espalda.

«Es el fin» y se lleva una mano a la boca.

—¡Ya estoy aquí! —dice Roberto desde el exterior— ¿notas el olor nauseabundo? Esta gente se ha quedado sin luz y el calor ha estropeado la carne que tenían en la nevera.

El hombre, con un bidón en las manos, empieza a llenar el depósito y al ver que su mujer no contesta continúa hablando:
—La gasolinera está cerrada pero en la parte de atrás, un hombre muy amable me ha vendido unos litros de gasolina para que podamos seguir.

Cierra el depósito y entra en el coche pero su florecita de alelí es incapaz de escucharle…