Una mañana cualquiera de
principio de verano, entre perolas y fogones…
—"¡Non c´é sale in zucca!” —grita Concetta,
cocinera y dueña del pequeño restaurante italiano en la colina de L'Alfaś del
Pí.
El joven que tiene
delante cesa de darle al mortero para dejar escapar un enorme suspiro.
—Querida, en cristiano si
quieres respuestas…
—Ni pizca de sal en el
cerebro, ¿”capisci”? ¡No brota
creatividad!, no surgen ideas… de seguir así o cerramos o nos arriesgamos a
servir bazofia.
—¡Joder tía! No puedes
hablar en serio —responde Heliodoro el Parissi, pinche de cocina del
Restaurante Concettinale—. ¡Después de
lo que nos ha costado llegar hasta aquí! Simplemente no se nos ocurren ideas
por culpa del fiambre. No hay quien piense en otra cosa. Y eso que el muerto era
un chino que no conocíamos de nada, o casi.
—¡Mecagüen el cura
Serapio!— La mujer dio media vuelta aun llevando en la mano el cuchillo con el
que estaba abriendo una Lubina de tamaño apreciable—. Dentro de un mes empieza
la temporada a tope y entre lo de la muerte del chino y la huelga de camareros “non riesce una porca ciambella col buco” o lo que es lo mismo ni
una puta rosquilla se decide a salir con su correspondiente agujero. ¡Parecemos
un escuadrón de acojonados, Heliodoro! Palo duro es lo que hay que repartir a
partir de ahora si queremos que algo empiece a funcionar de una vez…
—¡Hostia, Concetta! pon
el freno ¿no? No te extrañe que Paolo y Marco ya no te soporten.
—Lo sé, y me duele en el
alma pero tendrán que apechugar. El acelere es por la falta de nicotina, y, por
lo visto, hasta dentro de un tiempo no se me pasará la mala leche.
—Ya, ya, malos humos por
haber dejado el menos malo de los vicios que tienes, ¡Habrá que esconder las
tijeras de trinchar cuando dejes uno de los gordos!
—Hablando de trinchar, la
verdad es que no fue una muerte muy agradable la del chino —dice Conchetta
meneando la cabeza negativamente.
—Pues sí, panza abierta y
mondongos en la letrina, no son plato de gusto —contesta el Parissi.
—¡Todo lo que tienes de
noble lo tienes de burro, Heliodoro! Me pregunto por qué lo habrán hecho…
—¡Ajuste de cuentas, sin
duda ninguna! No se destripa así a un hombre para robarle el reloj.
—¡Hasta ahí llego solita!
Lo que no me cuadra es por qué se llevaron presa a la domadora rusa del chiringuito
de la playa.
—Así que el burro soy yo
y tú llegas sola a todas partes ¿eh? Ya me dirás, una domadora que se enrolla
con un chino ¡y no solo deja el circo sino que abandona al pobre león con
dentadura postiza! Menos mal que lo han fichado en la residencia como miembro
de pleno derecho…
—Vale, pero todo eso no convierte a la rusa en asesina. Creo que
dijeron que no tenía coartada —apunta la rolliza cocinera—. Nadie sabe dónde
estuvo la mujer a la hora de la muerte, ni ella misma lo recuerda debido al
vodka que llevaba en el cuerpo. Y luego lo del calendario del año del cerdo a
los pies del cadáver, todo un misterio sin resolver, aunque en el chiringuito
comentan que la domadora era de horóscopos y esas cosas.
Heliodoro, con la mano
del mortero en el aire, asiente cada vez con más vehemencia.
—La venganza es hermana menor del ajuste de cuentas pero no
por eso menos dañina. Una rusa celosa repleta de vodka se merienda a media
China sin que se enteren los de la CIA. Te lo digo yo que de esas cosas entiendo…
—¡Bueno, bueno! Mejor nos ocupamos de lo nuestro que bastantes quebraderos de cabeza tenemos ya. Aquí
te dejo, Heliodoro, acaba tú de limpiar “il branzino per il commissario” que
los martes reclama pescado del día. Yo me voy hasta la playa con un libro
a ver si las musas marinas… y si no me daré unos baños que nunca están de más.
Hoy 32 grados, no hay quien lo soporte...
—Y si vuelven los agentes
¿qué hago?
—Les das más de la misma
medicina: que no conocíamos al chino, que nadie vio a la domadora esa noche,
que el calendario no era el nuestro, que las únicas drogas que encontrarán aquí,
por mucho que busquen, son pimienta y nuez moscada y que la próxima vez que
vengan ¡que lo hagan para a comer, por favor!
—No sé yo—contesta
Heliodoro mientras levanta la lubina agarrándola por la cola—, ¡A saber cómo acabará este lío!
—Que del chino no quedará ni la sombra y que tendrán que soltar a
la domadora por falta de pruebas, poverina, habrá que hacer algo al respecto... —comenta Concetta bajando la voz, luego cuelga el mandil y sigue opinando—. Que los
camareros dejarán de quejarse en cuanto convenga con ellos “Tiramisú” en el almuerzo y por fin, ¡a preparar pasta fresca todo el verano!
—Y vuelta a la normalidad —agrega Heliodoro. Luego, al notar la mirada perdida en el infinito de la propietaria pregunta— ¡¿O no?!
—¿Normalidad? ¡Quién quiere normalidad! Spaguetti alla Vodka, Tagliatelle alla Matrioshka, Tortellini alla Russa…