lunes, 27 de mayo de 2019

Tortellini alla Russa


Una mañana cualquiera de principio de verano, entre perolas y fogones…

—"¡Non c´é sale in zucca!” —grita Concetta, cocinera y dueña del pequeño restaurante italiano en la colina de L'Alfaś del Pí.

El joven que tiene delante cesa de darle al mortero para dejar escapar un enorme suspiro.

—Querida, en cristiano si quieres respuestas…

—Ni pizca de sal en el cerebro, ¿”capisci”? ¡No brota creatividad!, no surgen ideas… de seguir así o cerramos o nos arriesgamos a servir bazofia.

—¡Joder tía! No puedes hablar en serio —responde Heliodoro el Parissi, pinche de cocina del Restaurante Concettinale—.  ¡Después de lo que nos ha costado llegar hasta aquí! Simplemente no se nos ocurren ideas por culpa del fiambre. No hay quien piense en otra cosa. Y eso que el muerto era un chino que no conocíamos de nada, o casi.

—¡Mecagüen el cura Serapio!— La mujer dio media vuelta aun llevando en la mano el cuchillo con el que estaba abriendo una Lubina de tamaño apreciable—. Dentro de un mes empieza la temporada a tope y entre lo de la muerte del chino y  la huelga de camareros “non riesce una porca ciambella col buco” o lo que es lo mismo ni una puta rosquilla se decide a salir con su correspondiente agujero. ¡Parecemos un escuadrón de acojonados, Heliodoro! Palo duro es lo que hay que repartir a partir de ahora si queremos que algo empiece a funcionar de una vez…

—¡Hostia, Concetta! pon el freno ¿no? No te extrañe que Paolo y Marco ya no te soporten.

—Lo sé, y me duele en el alma pero tendrán que apechugar. El acelere es por la falta de nicotina, y, por lo visto, hasta dentro de un tiempo no se me pasará la mala leche.

—Ya, ya, malos humos por haber dejado el menos malo de los vicios que tienes, ¡Habrá que esconder las tijeras de trinchar cuando dejes uno de los gordos!

—Hablando de trinchar, la verdad es que no fue una muerte muy agradable la del chino —dice Conchetta meneando la cabeza negativamente.

—Pues sí, panza abierta y mondongos en la letrina, no son plato de gusto —contesta el Parissi.

—¡Todo lo que tienes de noble lo tienes de burro, Heliodoro! Me pregunto por qué lo habrán hecho…

—¡Ajuste de cuentas, sin duda ninguna! No se destripa así a un hombre para robarle el reloj.

—¡Hasta ahí llego solita! Lo que no me cuadra es por qué se llevaron presa a la domadora rusa del chiringuito de la playa.

—Así que el burro soy yo y tú llegas sola a todas partes ¿eh? Ya me dirás, una domadora que se enrolla con un chino ¡y no solo deja el circo sino que abandona al pobre león con dentadura postiza! Menos mal que lo han fichado en la residencia como miembro de pleno derecho…

—Vale, pero todo eso no  convierte a la rusa en asesina. Creo que dijeron que no tenía coartada —apunta la rolliza cocinera—. Nadie sabe dónde estuvo la mujer a la hora de la muerte, ni ella misma lo recuerda debido al vodka que llevaba en el cuerpo. Y luego lo del calendario del año del cerdo a los pies del cadáver, todo un misterio sin resolver, aunque en el chiringuito comentan que  la domadora era de horóscopos y esas cosas.

Heliodoro, con la mano del mortero en el aire, asiente cada vez con más vehemencia.

—La venganza es hermana menor  del ajuste de cuentas pero no por eso menos dañina. Una rusa celosa repleta de vodka se merienda a media China sin que  se enteren los de la CIA. Te lo digo yo que de esas cosas entiendo…
 
—¡Bueno, bueno! Mejor  nos ocupamos de lo nuestro que bastantes quebraderos de cabeza tenemos ya. Aquí te dejo, Heliodoro, acaba tú de limpiar  “il branzino per il commissario” que los martes reclama pescado del día. Yo me voy hasta la playa con un libro a ver si las musas marinas… y si no me daré unos baños que nunca están de más. Hoy 32 grados, no hay quien lo soporte...

—Y si vuelven los agentes ¿qué hago?

—Les das más de la misma medicina: que no conocíamos al chino, que nadie vio a la domadora esa noche, que el calendario no era el nuestro, que las únicas drogas que encontrarán aquí, por mucho que busquen, son pimienta y nuez moscada y que la próxima vez que vengan ¡que lo hagan para a comer, por favor!

—No sé yo—contesta Heliodoro mientras levanta la lubina agarrándola por la cola—, ¡A saber cómo acabará este lío!

—Que del chino no quedará ni la sombra y que tendrán que soltar a la domadora por falta de pruebas, poverina, habrá que hacer algo al respecto... —comenta Concetta bajando la voz, luego cuelga el mandil y sigue opinando—. Que los camareros dejarán de quejarse en cuanto convenga con ellos  “Tiramisú” en el almuerzo y por fin,  ¡a preparar  pasta fresca todo el verano!

—Y vuelta a la normalidad —agrega Heliodoro. Luego, al notar la mirada perdida en el infinito de la propietaria pregunta   ¡¿O no?!

—¿Normalidad? ¡Quién quiere normalidad! Spaguetti alla Vodka, Tagliatelle alla Matrioshka, Tortellini alla Russa…