lunes, 8 de febrero de 2021

Aires de tormenta


 

Al despertar noto que la capa de gris con la que han pintado el cielo esta mañana es tan densa que ha descendido hasta la superficie en forma de partículas diminutas. Como gas venenoso se ha colado entre las rendijas de las ventanas y la he respirado mientras dormía plácidamente mi sueño de recién jubilada. Ni ganas tengo de levantarme.

Me asomo a la cristalera que da al exterior y observo que Danilo ya luce el mono de trabajo y que con brío inusitado hinca el pico en la dura tierra. A él le gustan los días nublados al igual que la comida de cuchara y los documentales de “la dos”, tres cosas que me ponen de mal humor por el mismo motivo.

La idea inicial del abordaje de esta nueva etapa de la vida se basaba en que dispondríamos de todo nuestro tiempo para conocer lugares, descubrir países, probar cosas diferentes y dejarnos llevar por los aromas embriagadores de las flores silvestres o de los mares remotos. Pero la pandemia del coronavirus no solo ha paralizado el mundo, sino que ha atizado un golpe mortal a nuestros planes y nos ha dejado atados al terruño y encerrados en nuestra casa de campo por tiempo indefinido.

El emocionante proyecto que suple ahora nuestros sueños consiste, según Danilo, en remover con el pico la tierra que circunda la casa y transformarla, pala mediante, en substrato adecuado para un huerto.

 Montañas de tierra y socavones con el mismo volumen de capacidad son ahora nuestro horizonte, y lo son en ambos sentidos de la palabra, pues se supone que el siguiente paso será enriquecer los montículos con la aportación de sacas y sacas de caca de cabra que nos han costado un riñón y que en estos momentos aromatizan el ambiente.   

Sin sol no hay vida, digo como una forma cualquiera de dar los buenos días, al acercarme a él. ¡Pues mira los nórdicos, vivitos y coleando!, contesta Danilo y sigue con lo suyo. Ya los veo, vienen todos aquí en cuanto juntan dos días seguidos de vacaciones, añado mientras voy a hacer café y le dejo a sus menesteres.


No sé si habrá algún estudio científico al respecto, pero estoy convencida de que el aroma del negro caldo que sale de la cafetera se desplaza por el aire a una velocidad superior a la del sonido, pues Danilo se presentaba en casa cuando la máquina apenas empezaba a gorgotear.

—Ya está hecho, pero quema como el sol radiante, aunque seco no está —medio grito mientras él se quita las botas embarradas y las deja fuera de la puerta.

—Lo sé. ¡Vaya un día! aunque en el fondo casi es mejor que esté nublado, los efluvios del estiércol  se expanden con más intensidad si hace sol—contesta mientras hace aparición en la cocina.

—Pero la mierda se seca más, pesa menos y en la pala se nota.

—¡Ya! Nunca llueve a gusto de todos. ¿Es hoy cuando vienen los chicos a comer?

—Sí. Pensaba hacer arroz.

—¡Caldoso?

—¡No! —contesto y separo las gafas empañadas lo justo para mirarle a los ojos de soslayo y que él aprecie el ceño de los míos fruncido en todo su esplendor.

—¿De marisco?

—A los chicos no les gusta el pescado.

No es que sus ojos sonriesen porque los ojos no pueden sonreír, pero conozco muy bien a Danilo y sus miradas: No alimentes el deseo de descargar tus malos humos con una buena riña porque hoy no te lo voy a permitir.

—¿De pollo y conejo?

—¿Y de que va a ser una paella, si no?

—Ten cuidado que a veces queda seca…

—Creo que con un poco de suerte lloverá.

—Quieres decir que si llueve se te irá por fin la mala leche con la que has amanecido?

—Puede, pero me refería más bien a que el arroz no quedará tan seco.

—Cariño, estás realmente insoportable, pero que sepas que dos no discuten si uno no quiere.

¡Cómo me gusta eso de tener razón!, aunque estar en lo cierto no suaviza el abatimiento.

—Ahora mismo deberíamos de estar en Casablanca Danilo, es más, hoy era el día de la excursión en camello a una jaima del desierto para ver las estrellas por la noche y saborear un buen té.

—Aquí también podemos ver estrellas.

—Sí, si llueve, la paella queda caldosa, las nubes pesan menos y el viento se las lleva de una puta vez.

—¡Te estás volviendo muy mal hablada Francesca!, desde que no vas a la oficina te estás embruteciendo.

—¡Será por el nuevo empleo de pico y pala, Danilo! y no me toques los cojones que ya no soy una niña que puedas engañar con tus zalamerías.

—No puedo tocarte lo que no tienes Francesca, pero sí pedirte que pintes una sonrisa en esa cara, que te vistas con prendas de colores y que esta noche, cuando se vayan los chicos, salgamos al jardín cargados de cojines, que del té beduino me encargo yo —contesta, me besa en la frente y me entrega una flor.

Lo bueno, es que por mucho que le conozca, Danilo siempre me sorprende.

—Está bien, tú ganas, ¡arroz caldoso con bogavante! y al que no le guste que arree que nosotros esta noche nos vamos de jaimas sobre las dunas que consigas cavar hoy.