lunes, 9 de diciembre de 2019

Pollastre a la barbacoa





—Ya no hay sesera, Herminia, no pensamos lo que decimos o no decimos lo que pensamos.

—No te hagas la interesante, Lurditas y suéltalo  de una vez.

—¡Ea pues! Aunque he de prevenirte de que el asunto es  de novela negra o más. Ayer estaba pasando el mocho por los entresijos de la oficina cuando Martita la peripuesta y el  picaflores de Cortés asomaron la gaita por la zona de caféses  y su  presencia expulsó de mi mente las ocurrencias del Iván.

—¿Qué ocurrencias?

—¡De eso chitón, Herminia!, sabes que de puertas pa dentro ni mu. A lo que íbamos, los  lechuguinos avanzaban con tanto apresuro que ni repararon en mí, y eso  que mi espesura tiene sustancia pese a hacer yo ejercicio como la que más. Ahora que  todo tiene sus bienes, pues sé más guardados de esta banda de músicos que  los mandamases de arriba.

—Engreída…

 —Te confieso que cuchicheaban en voz tan alta que no tuve ni que aplicarme para oír lo que decían:
 No tengo ni idea de dónde está Amelia, iba diciendo Martita a Cortes, ¡igual su gata se ha puesto de parto!
Y por lo visto, el «Alendelon » sospechaba que Amelia  no volvería por la empresa.
 ¿Por lo del Alfonso?, preguntó la rubita, ¡es una trola seguro!, y añadió: a Amelia  le gusta ser centro de atención. ¡De haberle matado, no seguiría tan fresca!
  No podía creer lo que oía, Herminia, además, no veía a Amelia ni fresca ni acartonada y entonces les observé sin levantar cabeza.

—Maña que aprende una con práctica y esfuerzo…

—Exacto. Total que Cortes medio-gritó: ¡No sé, no sé! el teléfono de Alfonso fuera de cobertura y Amelia desaparecida.
Ahí empecé a verlo negro, Herminia, aquellos dos, sentados uno frente al otro, hablaban de asesinatos como si tal cosa... Por un momento me recordaron  esa vieja película que pusieron anoche en la dos...

—¿La de Extraños en un tren? 

— Esa misma.

—La vi, y no sé que decirte Lurditas, porque tus personajes se conocen requetebien. Tu ya me entiendes.

—¡No mezclemos cotileos, Herminia, que este asunto me tiene sin dormir!
 En fin, que Martita estiró el cuello de cisne que Dios le ha dado sin merecerlo, tú ya sabes a que me refiero, y puso mirada descarriada de la de recordar: ¡Nada tuvo sentido aquella tarde! Dijo y se lió a contar una historia sin pies ni cabeza. ¡Empecé a impacientarme!, cuando se cuentan chismorreos, sabes bien que no se va uno por las ramas o no se entiende ni papa del asunto.

—¡Qué me vas a contar! El otr…

—¡Frena y escucha!, que luego no sé lo que me digo. Deshuesado como es debido, entendí que Marta vive debajo del piso de Amelia. Que la muchacha sube a pedir un poco de leche a la compañera. Se enrollan y Amelia le ofrece un helado pero enseguida se traga sus palabras porque, por lo visto, no iba a poder sacarlo del congelador. Marta se mosquea por no sé qué de un abanico y le pregunta si todo va bien. Amelia se derrumba y le cuenta que Alfonso, su chico, el del servicio postventa, la deja por Patricia, la del bar del Maño.

—No jodas… ¿Alfonso el Alfonso Alfonso?

—¡Ese mismo  pollastre! Y “ele” que Marta intenta consolar a la compañera y la  aconseja  que hable con él. Imposible, parece ser que contesta Amelia entre sollozos, ¡está congelado!

—¿Congelado, Lurditas?

—Eso mismo pensé yo y Cortes armó la misma pregunta con  coletilla: ¿Congelado? ¡Nena, tendrías que ir a la policía!
¡Si ni si quiera he visto el cadáver!, chilla entonces Martita.
¡Pero sabes que ha habido un crimen!, grito yo y con el arrebato, Herminia,  dejo caer el mocho. ¡Si vieras!, se me quedaron mirando como los indios al ver a Colón y tuve que disculparme.

—¡Ahí no estuviste nada fina que digamos!

—Lo sé, lo sé, ¡qué vergüenza! pero ellos parecían encantados. ¡Bien!, dijo Martita,  me alegro de que estés aquí porque  ahora somos tres al tanto del asunto. ¿Quién va a ir  a la policía?

—No jodas… ¿eso preguntó?

—Pues no te pierdas lo que me propuso el guaperas, ¡Ya puestos, Lurdes, dijo, podrías entrar en el piso de Amelia  cuando ella no esté!

—¡Que morro el chaval!

—Pues la locatas de Marta añadió que creía que el pollastre estaba trinchado en pedacitos y al vacío, que Amelia tenía máquina y que ella la había visto.

—He de reconocer que jamás había escuchado un cotilleo de semejante envergadura. Enhorabuena Lurditas.

—Hay más.

—¿Más?

—Contesté que no pensaba inspeccionar el congelador de Amelia ni en silla de ruedas, aunque, dicho entre tú y yo, ganas no me faltaban. Entonces Cortes soltó que si ni investigaba ni iba a la policía no había nada más que hacer. Marta dio entonces carpetazo diciendo: ya  veremos  en la barbacoa de Amelia el sábado noche, en su terraza... 
 ¿Pero  sabiendo lo que sabéis, pregunté yo porque alguien tenía que hacerlo,  pensáis ir a la barbacoa de Amelia?
 Entonces Martita, desde la distancia, que ya se le había acabado el descanso del café, contestó: ¿Por qué no?, el pollo congelado no está del todo mal.


—Pues qué quieres que te diga, Lurditas, ¡De locos! Aunque lo del abanico no acabo de entenderlo, bien sabemos tú y yo que el pollo congelado no hay quien se lo coma.









miércoles, 27 de noviembre de 2019

Verde esperanza





Esperanza cruzó la puerta de seguridad con las manos metidas en los bolsillos traseros del vaquero ajustado y avanzó por la acera, sin más.
La seguía Juan, con la cabeza alta y esa mirada que se perdía en el infinito al atravesar las gafas de pasta negra.


Esa mañana habían acudido al banco  con la convicción de que el préstamo les sería concedido.  Lo siento de veras, pero el estudio revela que el proyecto es inviable, había concluido el director.


El joven apretó los labios y tras  largas zancadas alcanzó a la muchacha que caminaba ligera delante de él. Agarró una de sus manos y acompasó el paso al de ella. Esperanza bajó entonces la mirada y sin mediar palabra entrelazaron sus dedos. Luego Juan la atrajo hacia sí.

Siguieron adelante sin aparente rumbo fijo. La mujer descansaba la cabeza en el hombro de Juan mientras él mantenía la mejilla apoyada en la testa de ella.

Un folleto que pendía de una farola  se resistía a salir volando con las ráfagas de aire y su aleteo llamó la atención del muchacho que, como de costumbre, parecía buscar estrellas en el cielo.

—¡Mira lo que dice ahí!

                                                         TRASPASO NEGOCIO DE COMIDA PREPARADA.
                                                               PRECIO A NEGOCIAR. FACILIDADES.
                                                                               TLF: 629887779

 —Aún no podemos poner en marcha nuestro restaurante  —añadió Juan—  pero podríamos empezar a soñar por ahí.

Ella atrapó el anuncio en el momento en el que el viento se lo iba a llevar, lo metió en el bolsillo y miró a Juan con ojos chispeantes. Entonces sonrió.

lunes, 28 de octubre de 2019

¡Vuelvo a casa!




—Muevo mar y montes para volver al pueblo antes del nombramiento y abrazar a mi pobre hermana, tan sola tras la partida de mamá ¡y me encuentro con el chispas en calzoncillos en medio del salón!

—Ave María purísima.

—¡Y tú ahí, sentada! Mamá ha fallecido hace tres meses, ¡por Dios! ¿Se puede saber qué hace el pollastre escarbando en esta casa como si de su corral se tratara?

—Ese pollo vive conmigo. ¿Algún problema?

—¿Problema? Estás cometiendo pecado y lo sabes.  Vivir con un hombre fuera del matrimonio…  ¿Y cómo que tía Segismunda no me ha escrito al respecto? 

—La tengo comiendo en mi mano  por asuntillos pasados. Y ahora cálmate,  tengo que hablarte de algo importante.

—¡Será de que se larga!

—Va a ser de que me caso.

—¡Por lo menos un atisbo de cordura en esta especie de contubernio! ¿Pero estás segura de lo que vas a hacer? ¿Te comprometes con el gaznápiro que lanzaba granos de arroz en clase?

—Sin pecado concebida y déjame en paz de compromisos.

—Bien, conociéndote eso es un sí. ¡Sea! Me ocuparé pero el menda no vuelve  hasta después de la boda.

—No te molestes,  no me  caso por la iglesia.

—¡¿Y cómo quieres que me calme, no entiendes que no me aceptará la gente!? La hermana del nuevo cura  se casa por lo civil… 

—¡Y con un hijo en camino, hermano! La bomba.  Y ya ves, algo bueno tiene el asunto, ni hace falta  que me hagas  regalo.

martes, 3 de septiembre de 2019

¡Por favor, por favor!






Antes de abrir la puerta comprobé que  no me quedara otra cosa que hacer en el cuarto de baño.
Me había duchado y, pese a estar en una casa de campo con piscina, en un mes de agosto tórrido como el que más,  me había secado el pelo con secador.
Llamaron a la puerta, respiré un minuto más y abrí.
Draco frenó su correr  con  ojos fuera de las órbitas.
—Lo siento  —dije mientras observaba a mi cuñado Juan atravesar el pasillo con sábanas en la mano— tendrás que buscarte un escondite menos solicitado.
La pequeña Lorena apareció de la nada esgrimiendo un hacha de plástico. Draco brincó hacia la ducha, yo  corrí la cortina y cerré.
—Está ocupado —dije a mi hermano Pedro que acudía con cara de preocupación— deberías ir al baño de fuera…

La mesa de la cocina,  tomada de asalto por un rebaño de niños en bañador parecía un campo de batalla. En el centro, una torre de bollos goteaba una mezcla densa de cacao.  El mantel presentaba una media docena de senderos serpenteantes de color marrón que se entrecruzaban formando un  labirinto pegajoso.
—¡Qué bien! —gritó mi cuñada María, al verme llegar— Échales un ojo  mientras yo limpio el colchón, a Pablito se le han escapado unas gotas…
Me di la vuelta y volví al baño.
—Draco, ¿estás ahí? ¡Déjame un hueco! Tranquilo que septiembre está a la vuelta de la esquina  y con él, tu sofá y mis vacaciones de oficina.


lunes, 27 de mayo de 2019

Tortellini alla Russa


Una mañana cualquiera de principio de verano, entre perolas y fogones…

—"¡Non c´é sale in zucca!” —grita Concetta, cocinera y dueña del pequeño restaurante italiano en la colina de L'Alfaś del Pí.

El joven que tiene delante cesa de darle al mortero para dejar escapar un enorme suspiro.

—Querida, en cristiano si quieres respuestas…

—Ni pizca de sal en el cerebro, ¿”capisci”? ¡No brota creatividad!, no surgen ideas… de seguir así o cerramos o nos arriesgamos a servir bazofia.

—¡Joder tía! No puedes hablar en serio —responde Heliodoro el Parissi, pinche de cocina del Restaurante Concettinale—.  ¡Después de lo que nos ha costado llegar hasta aquí! Simplemente no se nos ocurren ideas por culpa del fiambre. No hay quien piense en otra cosa. Y eso que el muerto era un chino que no conocíamos de nada, o casi.

—¡Mecagüen el cura Serapio!— La mujer dio media vuelta aun llevando en la mano el cuchillo con el que estaba abriendo una Lubina de tamaño apreciable—. Dentro de un mes empieza la temporada a tope y entre lo de la muerte del chino y  la huelga de camareros “non riesce una porca ciambella col buco” o lo que es lo mismo ni una puta rosquilla se decide a salir con su correspondiente agujero. ¡Parecemos un escuadrón de acojonados, Heliodoro! Palo duro es lo que hay que repartir a partir de ahora si queremos que algo empiece a funcionar de una vez…

—¡Hostia, Concetta! pon el freno ¿no? No te extrañe que Paolo y Marco ya no te soporten.

—Lo sé, y me duele en el alma pero tendrán que apechugar. El acelere es por la falta de nicotina, y, por lo visto, hasta dentro de un tiempo no se me pasará la mala leche.

—Ya, ya, malos humos por haber dejado el menos malo de los vicios que tienes, ¡Habrá que esconder las tijeras de trinchar cuando dejes uno de los gordos!

—Hablando de trinchar, la verdad es que no fue una muerte muy agradable la del chino —dice Conchetta meneando la cabeza negativamente.

—Pues sí, panza abierta y mondongos en la letrina, no son plato de gusto —contesta el Parissi.

—¡Todo lo que tienes de noble lo tienes de burro, Heliodoro! Me pregunto por qué lo habrán hecho…

—¡Ajuste de cuentas, sin duda ninguna! No se destripa así a un hombre para robarle el reloj.

—¡Hasta ahí llego solita! Lo que no me cuadra es por qué se llevaron presa a la domadora rusa del chiringuito de la playa.

—Así que el burro soy yo y tú llegas sola a todas partes ¿eh? Ya me dirás, una domadora que se enrolla con un chino ¡y no solo deja el circo sino que abandona al pobre león con dentadura postiza! Menos mal que lo han fichado en la residencia como miembro de pleno derecho…

—Vale, pero todo eso no  convierte a la rusa en asesina. Creo que dijeron que no tenía coartada —apunta la rolliza cocinera—. Nadie sabe dónde estuvo la mujer a la hora de la muerte, ni ella misma lo recuerda debido al vodka que llevaba en el cuerpo. Y luego lo del calendario del año del cerdo a los pies del cadáver, todo un misterio sin resolver, aunque en el chiringuito comentan que  la domadora era de horóscopos y esas cosas.

Heliodoro, con la mano del mortero en el aire, asiente cada vez con más vehemencia.

—La venganza es hermana menor  del ajuste de cuentas pero no por eso menos dañina. Una rusa celosa repleta de vodka se merienda a media China sin que  se enteren los de la CIA. Te lo digo yo que de esas cosas entiendo…
 
—¡Bueno, bueno! Mejor  nos ocupamos de lo nuestro que bastantes quebraderos de cabeza tenemos ya. Aquí te dejo, Heliodoro, acaba tú de limpiar  “il branzino per il commissario” que los martes reclama pescado del día. Yo me voy hasta la playa con un libro a ver si las musas marinas… y si no me daré unos baños que nunca están de más. Hoy 32 grados, no hay quien lo soporte...

—Y si vuelven los agentes ¿qué hago?

—Les das más de la misma medicina: que no conocíamos al chino, que nadie vio a la domadora esa noche, que el calendario no era el nuestro, que las únicas drogas que encontrarán aquí, por mucho que busquen, son pimienta y nuez moscada y que la próxima vez que vengan ¡que lo hagan para a comer, por favor!

—No sé yo—contesta Heliodoro mientras levanta la lubina agarrándola por la cola—, ¡A saber cómo acabará este lío!

—Que del chino no quedará ni la sombra y que tendrán que soltar a la domadora por falta de pruebas, poverina, habrá que hacer algo al respecto... —comenta Concetta bajando la voz, luego cuelga el mandil y sigue opinando—. Que los camareros dejarán de quejarse en cuanto convenga con ellos  “Tiramisú” en el almuerzo y por fin,  ¡a preparar  pasta fresca todo el verano!

—Y vuelta a la normalidad —agrega Heliodoro. Luego, al notar la mirada perdida en el infinito de la propietaria pregunta   ¡¿O no?!

—¿Normalidad? ¡Quién quiere normalidad! Spaguetti alla Vodka, Tagliatelle alla Matrioshka, Tortellini alla Russa…

domingo, 28 de abril de 2019

Te lo voy a explicar...



Aquí estoy, Maribel,  vengo a hacerte visita un año después. ¿Sorprendida?

 Espero que puedas oírme allí en el infierno en el que estés porque he venido a decirte que no te guardo rencor. Contarte que estoy bien, feliz, diría que incluso más viva que antes. ¡Frank! ¿Y ese quién es? Tengo una cama grande para mí y el tubo de dentífrico siempre tiene tapón. ¡Lástima que no vieras la comedia que monté cuando llegó la policía! Digna de un Oscar. Todo quedó cerrado como un terrible accidente.

 Lo que no acabo de entender  es el interés que demostraste en que fuera a vivir contigo cundo te llamé desde Granada. ¿Recochineo, sentido de culpa? ¡Qué más da! La verdad es que me importa una mierda saberlo.

Haber pasado una temporada bajo el mismo techo, durmiendo en la misma habitación como buenas hermanas, habría resultado divertido aunque en esos momentos no estaba yo para diversiones. Pero las cosas ocurrieron de forma tan precipitada que no tuve ocasión de explicarte. He venido a recordar, contigo, creo que me vendrá bien  enfrentarme a todo aquello. Y además te lo debo.
 
Verás, cuando llamaron por teléfono desde el hospital de Granada diciendo que Frank había sufrido un infarto, no les creí. Figúrate que hacía unas horas apenas que había hablado con él. Con voz cansada contaba que en Ginebra no paraba de llover y decía  que me echaba de menos y que el día de trabajo había sido agotador. Pero eso tú ya debes de saberlo…

Cuando tuve la certeza de su muerte  me sentía culpable,  no podía soportar la idea de no haber  percibido la muerte del hombre que amaba. ¡Qué ingenua! Después, cuando empecé a comprender,  entendí que no era yo sino él… Frank, mi amado Frank, no me había enviado ni un atisbo de energía espiritual que me alertara  de su partida.
Después de colgar el teléfono tras la llamada del hospital, marqué el número de Frank y volví a marcarlo mil veces durante la mañana. Confundida, preocupada y a punto de enloquecer marché a Granada.


 Habitación cincuenta y tres, la mejor del hotel, dijo el encargado y abrió la puerta.  
La maleta que me encontré delante, la maleta de Frank,  quedaba  coja a los pies de una  cama tan grande. Le odié por haber dejado al descubierto su secreto. Podía haber elegir otro momento para morir sin destrozar la burbuja de felicidad en la que yo vivía despreocupada.

Cuando quise darme cuenta, el hombre se había ido cerrando la puerta a sus espaldas. Quedé sola con mis pensamientos.

Recuerdo que la puesta de sol inundaba la habitación de una extraña luz anaranjada, me  asomé a la ventana y me asaltó el pensamiento de que desde el quinto la caída podría ser mortal. ¿Eso te hubiera gustado, verdad Maribel?

 Una butaca en una esquina del cuarto llamó mi atención, lo ideal para dejar correr la mente sin rumbo. Cuando eché la cabeza hacia atrás y cerré los ojos, la calidez de la puesta de sol se desvaneció dejando en mi mente  la frialdad de la morgue de esa misma mañana. Recordé  la tristeza en la mirada del empleado y su sonrisa sellada  al abrir el cajón que dejaba al descubierto el cuerpo de Frank. 

Me dieron su cartera y su reloj. Alguien me hablaba pero no conseguía entender. Las palabras rebotaban por todas partes como pelotas de goma y se deformaban al llegar a mis oídos, ambuuulancia,  mujerrrr,  madrumadrumadrugada... Al final la enfermera puso entre mis manos  un papel con el nombre del hotel al que debía  dirigirme.


No quería seguir dando vueltas al asunto,  abrí los ojos y me levanté de la butaca. Me fijé entonces en  los motivos geométricos que  decoraban paredes, mantas, cortinas…, no los había visto antes, parecían formar parte de un todo indivisible, de una red de filigrana multicolor que se enredaba sobre sí misma, fortificándose. Me sentí incómoda porque así creía yo que era el amor entre Frank y yo.

Escupí sobre su maleta y me fui.

Fue entonces cuando decidí borrar de mi mente todo recuerdo de mi vida con él. Bajé a recepción, pagué la cuenta de su estancia, habitación para dos, y una factura de la joyería del hotel de la cual no quise ni siquiera preguntar.
Cuando salí de aquel lugar te llamé pensando que nadie mejor que mi dulce hermana para ayudarme a olvidar.


¿Lo entiendes ahora, Maribel? No tenía elección. Me invitaste, vine y cuando abriste la puerta, empujarte por las escaleras fue demasiado tentador. Contigo viva, jamás habría conseguido olvidar.

Antes de irme quiero dejar este recuerdo a los pies de tu tumba. Es la pulsera que vi brillar en tu muñeca cuando me abriste esa tarde, ¡qué curioso!,  si te fijas, cada una de sus partes parece crear una filigrana indivisible. Antes de que llegara la policía,  la quité con sumo cuidado de tu muñeca, no se fuera a romper en el traslado de tu cuerpo.


lunes, 25 de marzo de 2019

Dos manos no son suficientes



El hombre se transformó en un torbellino y terminó por destrozar las pocas antiguallas que tenía delante.


Minutos antes, un conocido picor en la palma de la mano  le había avisado de que algo no cuadraba. Alarmado, se acercó a una ventana para mirar a través del hueco que quedaba libre entre las tablas que la cegaban. Exploró un jardín destartalado, árboles consumidos con ramas tronchadas y matojos secos moviéndose al viento, pero ese sexto sentido que  había desarrollado durante los años de cárcel le habían permitido captar algo más.


 El desahogo anhelado llegó tras el destrozo de los muebles carcomidos y Rony, más calmado, volvió a examinar los movimientos que tenían lugar en el exterior.

¡Demasiado gordos para ser conejos!, los cuatro hijos de puta que juegan al escondite ahí fuera son hombres del Indio empeñados, sin duda, en arrancarme el pellejo. ¡Y  Suárez diciéndome que este sería un lugar seguro!,  que  ese chiflado de ojos rasgados no me encontraría en un sitio abandonado por la mano de Dios  ¡claro!, mi compadre no contó con que el malnacido y sus hombres son parientes del demonio.

Rony escupió en una esquina y tras poner en pie una mesa polvorienta, vació el contenido de su mochila sobre ella. Apartó la morralla que le habían entregado al salir de la cárcel y tomó la pistola. Llenó el cargador y contó la munición restante.

Tienes balas de sobra  pero nada más que dos manos. Podrías  acabar con  esas mierdecillas  pillándolas desprevenidas desde fuera, pero solo hay una  puerta y con esta puta luz te verán salir. En cuanto anochezca seguro de que esos cabrones  rodearán…

Rony oyó crujir las piedras del camino y, con la respiración acelerada, volvió a escrutar las afueras. Un Mercedes avanzaba hacia el caserón al tiempo que emitía un sonido repetitivo.
Su mandíbula  estaba tan apretada que las venas de su cuello se podían contar desde lejos.

¡Por mis muertos que ese coche es del Indio!, el mayor hijo de puta que parió madre ha venido a verme en persona. ¿Quién si no iba a llevar un coche como ese? ¡Fantoche engreído!… Si has pensado que la trena ha podido conmigo, ¡te equivocas! No te lo voy a poner fácil, ya estoy muerto y no tengo nada que perder.

 El vehículo se detuvo frente a la puerta del caserón y la música  cesó al apagarse el motor. El silencio resultante parecía no tener fin, Rony contaba los latidos de su corazón para mantener la calma.
La puerta del conductor se abrió, y Rony sostuvo la respiración.

¡Te equivocaste colega! No es el cabrón del Indio sino Suárez. ¡Vaya bugati se ha apalancado en mi ausencia el compadre!  ¿Y qué coño estará haciendo aquí? No quisiera… si ese hijo de perra me la ha jugado juntándose con esa carroña será el primero en caer esta…

No pudo terminar la frase al constatar que se abría la puerta del copiloto y que una rubia salía a trompicones sin dejar de hablar ni un momento. Rony se asustó por lo que podría pasar pero optó por esperar acontecimientos. Observó que los altos tacones de la joven se torcían sobre las piedras del camino.

 ¡Pero si no consigues mantener el equilibrio!, y deja de estirar esa falda, ¿no ves cómo ese culo que Dios te ha dado, tan redondo y tan prieto, te la vuelve a subir? ¡Me cago en la leche, justo lo que me faltaba en este momento! Y ahora qué. La nena saca una chaqueta de la parte de atrás… se deja todas las puertas abiertas… y viene hacia aquí zozobrando como un barco a la deriva. ¡Y el idiota de Suarez… ¡míralo! completamente encoñado y blandiendo una botella de ron en el aire como si de una bandera se tratara! El cabrón sigue siendo el borracho putero de siempre y yo pensando que me había traicionado.
  —¡Soy  Suárez—gritó el amigo al entrar mientras la chica lanzaba los zapatos al aire y se acercaba peligrosamente a una  ventana. 

Tienes que intervenir, antes de que esa muñeca quede hecha un colador.

¡¿Te has vuelto loco?!   ¿Se puede saber qué estás haciendo aquí, con esa tajada y una fulana de poca monta? Ahí fuera están los hombres del Indio, ¡idiota!, no os han frito a balazos porque tu amiguita les nubló el sentido como a mí. Si no le ordenas que se aparte de la vent…

—¡Siéntate y  calla, mamón! O no entenderé qué coño pasa ahí fuera —interrumpió la rubia. Tiró  la chaqueta quedando al descubierto una escopeta de cañones recortados—, y, además, si paras de cacarear, Suárez conseguirá explicarte que hay dos compadres en el carro, cargados de armas hasta arriba. Si no, ¡para qué he dejado las puertas  abiertas! ¿Es que crees que soy idiota?



miércoles, 27 de febrero de 2019

Los indios Navajo también tendrán su momento




 Aquella trifulca que había trastocado la vida en Muchopan quedaba atrás en el tiempo.

El embrión de la discordia, entre  la peña de Los Tercios, netamente masculina, y el proyecto de peña femenina, Con un Par de Tacones, fue un boleto de lotería premiado, imposible de repartir.             
El asunto tuvo tal repercusión que la contienda final se emitió en un programa de radio  de ámbito nacional, saldándose la disputa con un acuerdo: La restauración del viejo lavadero, había que convertirlo en un lugar de reuniones adecuado para las Taconeras y con el monto restante, se reabriría la vieja tahona que daría trabajo a los desempleados del pueblo.

Lejos de volver la calma anhelada, las mujeres de Muchopan, venidas arriba por su indomable arrojo, se hicieron fuertes  y tomaron la determinación de modelar el pueblo a su antojo…  


   Amaneciendo.
 En la puerta de la tahona,  dos hombres  cargan bandejas repletas de hogazas  y tortas humeantes en sendas furgonetas y Marrusquia les hace entrega de la última remesa de folletos que anuncian las fiestas, y los observa partir.

No puedo creerlo, dice y levanta las manos al cielo, ¡solo han pasado unos meses y ya distribuimos a toda la comarca!


Mientras tanto y a muchos grados…
—¡Ánimo! —grita El Bola e introduce la pala cargada de molletes de masa en la boca del horno— ¡Acabemos de una vez! Son fiestas y esta tarde veremos el partido en la peña.

—¡Pues ya me dirás! — contesta el Mandarino que  amasa a su lado. El chico detiene el vaivén de su cuerpo y añade —si la encargada ha dicho que son  fiestas del pueblo pero no para el pueblo, es que no habrá partido y de este paso la Loren me dejará por otro.

—¡Y dónde crees que encontrará a un pelomarxista como tú! —contesta El Bola y estalla en una sonora carcajada—  Además,  si estamos en fiestas ¡me apuesto mi mejor juego de llanas… a que tendremos fiesta!

—Tú y tus llanas, ¡qué ya no eres albañil! qué eres panadero…   


Unos meses antes…
—Don Anselmo, ¡necesitamos una Virgen, como sea!— medio grita La Vinagre tras irrumpir en la sacristía.

 —¡No blasfemes, mujer, o arderás en los infiernos! —reprocha el párroco y se agacha a recoger el cáliz— ¿Es que no sabes llamar? mira lo que he hecho por tu culpa.

La mujer se sienta  a caballo de una silla y esboza una sonrisa maliciosa.

—¡Déjese de monsergas, Padre, que esa copa no se va a romper! Y no  llamo porque no tenemos ni un segundo que perder, ¡El pueblo pide a gritos una Virgen y una procesión!

—¡Pero qué dices, si  aquí nunca se han hecho procesiones!

—Por eso mismo, Padre, ¡ya va siendo hora! ¡¿Somos cristianos o medio ateos como El Bola y compañía?! Las fiestas no pueden limitarse a ríos de cerveza en Los Tercios, volcaremos esa energía en algo loable para el pueblo. Además, Padre, las Taconeras somos devotas de la Virgen María, y como sobró dinero de la lotería… nosotras correríamos con los gastos.


 En la tahona.
—¿Qué es esto? —pregunta Bola.

—Tortas de sardina —contesta Mandarino.

—¡Mucha sardina para poca torta!

— La encargada ha dejado bien claro que  no escatimemos en sal.

—La encargada manda, la encargada dice, ¡estoy harto de tanta encargada…!

—Por lo visto queremos turistas sedientos.

—¿Turistas?

—¿Es que no lo sabes?  Claro, ¡cómo estás aquí metido toda la noche y luego duermes todo el día no te has enterado del mercadillo ni de la  procesión!

El Bola encoge el cuello y se gira tomándose el tiempo necesario.

—¿Has dicho procesión?

—Sí señor, la procesión de la Virgen Taconera, desde la iglesia a la peña, y por lo visto de todos es sabido que es una tradición ancestral...

—¡¿Qué van a venir a nuestra peña… para qué?!

—¡No, hombre, no! Te recuerdo que las mujeres ahora tienen otra peña. Hablo de esa.

—¡No me digas que  Las Taconeras abrirán a los pobres visitantes!

—¡Y no solo ellas! —contesta el muchacho— En los folletos de fiestas se habla de la pantalla gigante de nuestro local…. ¿Es que tu mujer no te ha dado el mandil con la imagen de la Virgen?

—Si es una broma, no tiene pizca de gracia, ¡por mis llanas de acero que no me pondré un mandil que lleve insignias de santos!

En ese momento entra Marrusquia y encuentra al hornero rumiando y con la cara enharinada.

—¿Es qué te declaras en huelga? Si no te gusta el trabajo puedes volver a tus chapuzas.

— Esto es alta traición y sabotaje, de la parienta y de todas las Taconeras.  ¡Y que sepas que es fascismo!

—¿Lo afirma el indio Navajo pintado para la batalla?¿Y desde cuándo, según esos indios, sacar al pueblo del más triste anonimato es fascismo?

—Obligar a la gente a morir por la Patria es fascismo, amenazar con despido, reinventar la historia de un pueblo y adoctrinar a los niños, también.

                                                              ***

Desde la puerta de la peña Los Tercios y luciendo el mandil de la Virgen, El Bola levanta  talones  y  los deja caer al compás de tambores.

¡Jamás  hubiese creído que se podía ganar tanto dinero en una sola noche!, piensa el hornero, ¡Me apostaría mi juego de llanas, si aún lo tuviera, a qué nadie logrará  sacar ni un solo euro de aquí!   Y mañana, será un nuevo día para los indios Navajo.