lunes, 10 de diciembre de 2018

Chocolate, por favor...





Le pedí que se dejara de milongas y que me lo contara de una vez …
—Imagínate—me dijo tras apagar el cigarrillo— Londres. Una mañana fría y lluviosa  de abril. Es viernes Santo y en el sótano de un edificio situado en el centro de la ciudad, un grupo de jubilados, sucios y agotados, se desgañita para hacerse entender por encima del ruido de una taladradora de alta resistencia, que no para de perforar. Los diálogos, algo parecido a esto:
 —¿Cuánto llevamos ya? —pregunta Brian que se aparta cojeando después de ceder el taladro al compañero — ¡Ya deberíamos de haberla atravesado!
—Nos pusimos a eso de las seis, ayer. Son las siete de la mañana… ¡trece horas y tres botellas  de meaos!
—¡Oye, no jodas! —grita Billy el pescado haciendo señas con la mano—, ¡y da gracias a que las he traído para no joderos con mi incontinencia!
Esta última frase es un grito en el silencio porque el taladro ha dejado de perforar y una luz roja avisa de que hay problemas.
—¿Qué coño pasa ahora? —pregunta Brian.
—¡Tranquilo!, estoy en ello —contesta Terence y saca el émbolo del agujero para introducir en él una linterna —¡Mierda! Parece que hemos taladrado los cincuenta centímetros de hormigón para toparnos con una chapa de metal.
—¡Me cago en sus muertos! Hemos dado con una pared de las cajas fuertes—contesta Brian—. ¡Estamos jodidos! No traemos herramientas para eso.
—¡Cómo que no traemos herramientas! —grita Carl— ¿Hemos estado planeando el robo durante cuatro años y luego nos dejamos los destornilladores?
—No necesitamos  destornilladores y ¡deja de dar la brasa que no estoy para bromas!
—¿Queréis decir que no vamos a poder abrir las cajas?—protesta Daniel mientras simula dar  cabezazos contra el muro.
—No sin la herramienta adecuada.
—¡Y de dónde la vamos a sacar?
—¡De una ferretería! —contesta Brian y se acaricia la calva— cuando abran las tiendas compramos lo necesario y esta tarde volvemos a entrar.
—¿Te has vuelto loco? —pregunta Terence y deja de masajearse las piernas—, ¡nunca se ha visto cosa igual!
—¡Nadie ha tenido huevos para  dar este golpe antes de ahora! Y de todos modos no tenemos otra opción. Además, la suerte está de nuestro lado, éstos idiotas se toman la Pascua en serio y hasta el lunes no van a volver.

Así me figuro el robo al Hitton Garden, y para contarte el resto he decidido seguir los pasos de Brian que  presenta una personalidad más compleja e interesante que los demás integrantes del grupo. Verás porqué lo digo. El hombre sube al autobús, llega a casa y saca una tarta de la nevera. Enciende y apaga una vela  que se encuentra incrustada en su centro, la vela tiene forma de número, un “setentaycinco con mecha”. Se come un trozo, se chupa los dedos  y se acuesta vestido. A las cuatro de la tarde, después de realizar el mismo recorrido en bus, pero en dirección contraria, se reúne con los compinches que le esperan en la parada.
El grupo se dirige calle abajo, los hombres se mantienen en silencio y caminan con las manos en los bolsillos. Carl lleva la bolsa con las herramientas necesarias colgada del hombro. Un tipo que se encuentra al volante  de una furgoneta aparcada en las inmediaciones, saluda con un movimiento de cabeza mientras los hombres entran en el portal. Suben a la segunda planta y bloquean el ascensor, bajan por su hueco hasta el sótano, sede de la caja acorazada de joyeros de la ciudad, y, tras volver  a poner en marcha el elevador, se ponen a la tarea.
El ruido es espantoso pero comparado con el que habían hecho la noche anterior, no supone un problema. Se sustituyen unos a otros en la máquina, sudan, maldicen, devoran emparedados de pasta de cacahuete y beben chocolate de un termo que ha preparado Daniel.
A las seis de la mañana del domingo, el grupo de jubilados sale de allí con un alijo valorado en 18 millones de euros en bolsas de basura con ruedas.

Podría funcionar aunque falte la chica, dije cuando terminó de relatar, pero me esperaba otra cosa, ya sabes, por el título…
—Lo sé, pero es el alma de la historia, la energía vital que no entiende de edad, de profesión ni de colores de  piel.  Aún me quedan  retoques que hacer para cuadrarlo en el guion, pero  ese título, ¡por mis muertos que no lo va a cambiar nadie!

lunes, 3 de diciembre de 2018

Amor fraterno






—¡Mira! Aquí hay unas cuantas —grita Daniel y menea el trasero como el perro delante del hueso.

Raquel esconde el móvil entre la ropa sucia del cesto y niega con la cabeza, luego se acerca  al hermano que permanece inmóvil, a cuatro patas y con la cabeza metida en una esquina del sótano.

—¿Las ves? —pregunta Daniel indicando una baldosa del suelo. Saca un recorte de revista del bolsillo y se pone a leer: “Son bolitas pequeñas,  como manchas marrones viscosas de tamaño diminuto…

—¡Muy bien! El hallazgo de excreciones de cucaracha merece premio. ¿Y ahora qué? —pregunta Raquel resoplando. 

Daniel se sienta, se quita el casco y apaga la linterna adherida en la parte superior.

—Hemos superado la fase uno, con éxito —dice asintiendo con ojos cerrados—, ¡están aquí y quieren guerra!

—¡Eso ya lo sabíamos, Daniel! Te dije que  emperrarse en demostrarlo científicamente iba a ser una pérdida de tiempo.

—¡En la guerra las cosas se hacen bien y en este caso la estrategia tiene sus fases.

—¿Podemos pasar de una vez a la a la fase dos? —grita Raquel.

—Esa fase implica el inicio de la batalla. ¿Seguro que estás preparada?

—¡Pues claro, idiota! Si no, no estaría  aquí —contesta la hermana y se gira haciendo volar la melena rojiza—. ¡La cruz de tener hermanos pequeños…!

—El deseo de mamá fue que se acabaran las cucarachas del sótano, y lo pidió, bien alto, al apagar las velas —replica Daniel apartando el flequillo que le tapaba los ojos—. Ahora, si no quieres ayudarme... como papá no puede bajar del cielo… ¡tendré que hacerlo yo solo!

Raquel llena los pulmones de aire y reprime un suspiro.

—¡No te pongas así, hermanito! Estoy aquí, ¿no? aunque siga opinando que para demostrar amor a mamá podríamos haber buscado otra cosa. ¡Pero venga, acabemos de una vez!

—¿Acabar? ¡Si estamos empezando! —protesta Daniel y mira a su hermana con ojos grandes—. Está bien, sigamos. La fase dos es la de las bombas químicas.

—¿¡Te has vuelto loco o qué te pasa!?

—¡Tranqui! —corta el chico—, no son peligrosas. Paco, el hermano mayor de Jaimito, me las ha comprado y me ha explicado cómo usarlas. Lo importante es hacerlo ahora que mamá no está y Martina no se ha enterado aún del asunto, las mujeres no entienden de estas cosas y  podrían asustarse.

Raquel encoge el cuello y levanta los hombros.

—¡Tú todavía no eres una mujer! —añade Daniel al ver que la hermana ha abierto  las manos y la boca a la vez, pero no dice ni una sola palabra—, todavía ves las cosas bastante claras…

El chico sale a toda prisa al jardín murmurando a media voz que Raquel ya no es la misma y que se  parece a la mandona de Martina cada vez más.

Y mientras Daniel coloca las bombas de humo contra la pared del  sótano,  su hermana abre puertas y cajones en el interior del local, jurando que será la última vez que hace caso a ese mocoso y que no va a dejarse chantajear con el asunto del papá.


Llegados a ese punto solo queda esperar el resultado.

 Raquel parece preocupada de haber respirado esos vapores nocivos y se queja de las posibles consecuencias. Decide subir a su cuarto tras hacer jurar a Daniel que se va a estar quietecito hasta la llegada de mamá.




—La fase dos no ha funcionado del todo —susurra Daniel desde la puerta del  cuarto de Raquel, unas horas más tarde—, la hierba se ha puesto amarilla y los rosales están chamuscados pero en el sótano las cucarachas siguen bailando hip hop como si nada.

—¡Daniel! Raquel no está ahí —dice la hermana mayor saliendo en ese momento del cuarto de baño con la cara descompuesta—, es más, estoy asustada porque Raquel me  ha contado todo y, mientras lo hacía, no dejaba de toser y de retorcerse de angustia. Creo que con los experimentos que acabas de hacer, nuestra hermana se ha transformado en una cucaracha.

—No puede ser…

—Volví al aseo para ver cómo se encontraba y en su lugar había uno de esos bichos ¡enorme!  que al verme se escabulló  escaleras abajo. Me pareció que la cucaracha gritaba “¡socorrooo!” con la misma  voz de Raquel. La seguí pero acabo de perderla de vista al llegar al sótano.

—¡Santo Dios! —grita Daniel y se lleva las manos a la boca— ¡acabo de poner en marcha la fase tres, las bolitas de veneno!

Y sale corriendo al piso de abajo.

En ese momento la madre entra en casa, Daniel frena y pone una de sus mejores sonrisas.

—¿Qué tal, madre?

Bien, cariño —comenta la mujer, y al darse la vuelta sus ojos se llenan de terror—  Mantened esa puerta cerrada, ¡por todos los Santos!

Daniel mira a Martina, se le acerca, abre un solo lado de la boca y pregunta:

—¡¿Cómo vamos a explicarle lo de Raquel?!

—Ya se me ocurrirá algo, mientras tanto mira en internet, a ver qué podemos hacer para recuperar a nuestra hermana.

—¡Esto es una locura! En las instrucciones no ponía nada de posibles efectos secundarios —murmura el chico mientras sube a su cuarto.



Inmerso en la búsqueda, Daniel oye unos golpes espantosos provenir desde abajo. Se le tensan los músculos y su cara pierde color. De repente se ha acordado de las bolitas de veneno y además, ahora, esos porrazos…

—¡Raquelll! —grita y  se precipita por las escaleras.

La visión de su madre en el sótano, escoba en mano, golpeando a diestro y siniestro, con los ojos cerrados y gritando como una posesa, le empuja a buscar la barandilla para no caer desmayado.
En el momento en el que el chico se lanza a confesar lo ocurrido, Raquel sale de detrás de la lavadora, con la ropa sucia, la cara manchada y una sonrisa que a Daniel  parece significar “pese a todo sigo viva”.
El chico se sienta en un escalón. Sigue temblando y por unos segundos esconde la cara entre sus manos. Cuando vuelve a mirar a su madre, su expresión ha cambiado.

—Yo lo dejaría, mamá, ¡mientras se queden aquí abajo…! Y, como tú dices siempre, “uno nunca sabe lo que le depara la vida”, además, esos bichos  tendrán padres y hermanos que se preocupan por ellos, ¡no crees?