Auguste escucha la trifulca originada en la mesa de al lado disimulando una sonrisa gracias a su poblado bigote.
Solía frecuentar esos sitios populares que olían a
vinacho con Pierre, su amigo de la infancia.
—¡Setenta y ocho años…y te puedo tumbar a vinos
cualquier día de estos! A mí, que luché en Portugal después de recorrer toda
España… ¿me vas tú a decir que no sé lo que digo?
—¡Y la vuelta… corriendo con los españoles detrás! ¿No
es así?
—¡Tu es un
idiot, un cuillon!
Los parroquianos ríen y el tabernero llena de nuevo
los vasos diciendo:
—Invita el señor del mostacho.
El anciano se gira.
—¡Usted sabe qué tengo razón! ¿Verdad, señor?
—No he podido escuchar toda la discusión… pero lo que
pueda contar un hombre como usted, ha de ser cuando menos… interesante.
—¡Ya lo veis! —Dice el viejo levantando su copa y brindando
por Napoleón.