—¡Mira! Aquí hay unas cuantas —grita Daniel y menea
el trasero como el perro delante del hueso.
Raquel esconde el móvil entre la ropa sucia del
cesto y niega con la cabeza, luego se acerca
al hermano que permanece inmóvil, a cuatro patas y con la cabeza metida
en una esquina del sótano.
—¿Las ves? —pregunta Daniel indicando una baldosa
del suelo. Saca un recorte de revista del bolsillo y se pone a leer: “Son bolitas pequeñas, como manchas marrones viscosas de tamaño
diminuto…”
—¡Muy bien! El hallazgo de excreciones de cucaracha
merece premio. ¿Y ahora qué? —pregunta Raquel resoplando.
Daniel se sienta, se quita el casco y apaga la
linterna adherida en la parte superior.
—Hemos superado la fase uno, con éxito —dice
asintiendo con ojos cerrados—, ¡están aquí y quieren guerra!
—¡Eso ya lo sabíamos, Daniel! Te dije que emperrarse en demostrarlo científicamente iba
a ser una pérdida de tiempo.
—¡En la guerra las cosas se hacen bien y en este
caso la estrategia tiene sus fases.
—¿Podemos pasar de una vez a la a la fase dos?
—grita Raquel.
—Esa fase implica el inicio de la batalla. ¿Seguro
que estás preparada?
—¡Pues claro, idiota! Si no, no estaría aquí —contesta la hermana y se gira haciendo
volar la melena rojiza—. ¡La cruz de tener hermanos pequeños…!
—El deseo de mamá fue que se acabaran las
cucarachas del sótano, y lo pidió, bien alto, al apagar las velas —replica
Daniel apartando el flequillo que le tapaba los ojos—. Ahora, si no quieres
ayudarme... como papá no puede bajar del cielo… ¡tendré que hacerlo yo solo!
Raquel llena los pulmones de aire y reprime un
suspiro.
—¡No te pongas así, hermanito! Estoy aquí, ¿no?
aunque siga opinando que para demostrar amor a mamá podríamos haber buscado
otra cosa. ¡Pero venga, acabemos de una vez!
—¿Acabar? ¡Si estamos empezando! —protesta Daniel y
mira a su hermana con ojos grandes—. Está bien, sigamos. La fase dos es la de
las bombas químicas.
—¿¡Te has vuelto loco o qué te pasa!?
—¡Tranqui! —corta el chico—, no son peligrosas.
Paco, el hermano mayor de Jaimito, me las ha comprado y me ha explicado cómo
usarlas. Lo importante es hacerlo ahora que mamá no está y Martina no se ha
enterado aún del asunto, las mujeres no entienden de estas cosas y podrían asustarse.
Raquel encoge el cuello y levanta los hombros.
—¡Tú todavía no eres una mujer! —añade Daniel al
ver que la hermana ha abierto las manos
y la boca a la vez, pero no dice ni una sola palabra—, todavía ves las cosas
bastante claras…
El chico sale a toda prisa al jardín murmurando a
media voz que Raquel ya no es la misma y que se
parece a la mandona de Martina cada vez más.
Y mientras Daniel coloca las bombas de humo
contra la pared del sótano, su hermana abre puertas y cajones en el interior
del local, jurando que será la última vez que hace caso a ese mocoso y que no
va a dejarse chantajear con el asunto del papá.
Llegados a ese punto solo queda esperar el
resultado.
Raquel parece preocupada de haber respirado esos vapores nocivos y se queja de las posibles consecuencias. Decide subir a su cuarto tras hacer jurar a Daniel que se va a estar quietecito hasta la llegada de mamá.
Raquel parece preocupada de haber respirado esos vapores nocivos y se queja de las posibles consecuencias. Decide subir a su cuarto tras hacer jurar a Daniel que se va a estar quietecito hasta la llegada de mamá.
—La fase dos no ha funcionado del todo —susurra Daniel
desde la puerta del cuarto de Raquel,
unas horas más tarde—, la hierba se ha puesto amarilla y los rosales están
chamuscados pero en el sótano las cucarachas siguen bailando hip hop como si
nada.
—¡Daniel! Raquel no está ahí —dice la hermana mayor
saliendo en ese momento del cuarto de baño con la cara descompuesta—, es más,
estoy asustada porque Raquel me ha
contado todo y, mientras lo hacía, no dejaba de toser y de retorcerse de
angustia. Creo que con los experimentos que acabas de hacer, nuestra hermana se
ha transformado en una cucaracha.
—No puede ser…
—Volví al aseo para ver cómo se encontraba y en su
lugar había uno de esos bichos ¡enorme!
que al verme se escabulló escaleras
abajo. Me pareció que la cucaracha gritaba “¡socorrooo!” con la misma voz de Raquel. La seguí pero acabo de
perderla de vista al llegar al sótano.
—¡Santo Dios! —grita Daniel y se lleva las manos a
la boca— ¡acabo de poner en marcha la fase tres, las bolitas de veneno!
Y sale corriendo al piso de abajo.
En ese momento la madre entra en casa, Daniel frena
y pone una de sus mejores sonrisas.
—¿Qué tal, madre?
Bien, cariño —comenta la mujer, y al darse la
vuelta sus ojos se llenan de terror— Mantened
esa puerta cerrada, ¡por todos los Santos!
Daniel mira a Martina, se le acerca, abre un solo
lado de la boca y pregunta:
—¡¿Cómo vamos a explicarle lo de Raquel?!
—Ya se me ocurrirá algo, mientras tanto mira en
internet, a ver qué podemos hacer para recuperar a nuestra hermana.
—¡Esto es una locura! En las instrucciones no ponía
nada de posibles efectos secundarios —murmura el chico mientras sube a su
cuarto.
Inmerso en la búsqueda, Daniel oye unos golpes
espantosos provenir desde abajo. Se le tensan los músculos y su cara pierde color.
De repente se ha acordado de las bolitas de veneno y además, ahora, esos porrazos…
—¡Raquelll! —grita y se precipita por las escaleras.
La visión de su madre en el sótano, escoba en mano,
golpeando a diestro y siniestro, con los ojos cerrados y gritando como una
posesa, le empuja a buscar la barandilla para no caer desmayado.
En el momento en el que el chico se lanza a
confesar lo ocurrido, Raquel sale de detrás de la lavadora, con la ropa sucia,
la cara manchada y una sonrisa que a Daniel parece significar “pese a todo sigo viva”.
El chico se sienta en un escalón. Sigue temblando y
por unos segundos esconde la cara entre sus manos. Cuando vuelve a mirar a su
madre, su expresión ha cambiado.
—Yo lo dejaría, mamá, ¡mientras se queden aquí
abajo…! Y, como tú dices siempre, “uno nunca sabe lo que le depara la vida”,
además, esos bichos tendrán padres y
hermanos que se preocupan por ellos, ¡no crees?
Magnífico relato. Es una gozada y una exhibición del manejo de materiales.El lector agradece este tipo de relatos, que tienen un fondo sugerente para levantar nuevas historias con esta trama ágil e imaginativa. Felicidades Paola, me gusta este relato.
ResponderEliminarGracias Luis.
ResponderEliminarLa verdad es que me he divertido escribiéndolo y eso, siempre vale la pena...
Saludos
Una aventura de "Daniel el travieso" digna de ser publicada. Los únicos lectores que no estarían muy satisfechos de esa travesura serían los ecologistas. Aunque, bien pensado, yo me considero uno de ellos y las cucarachas me repugnan, jajaja.
ResponderEliminarUn abrazo.
Hola Josep
ResponderEliminarGracias por comentar.
Al final, Daniel logra ver un lado humano en las cucarachas...
Final redondo, Paola. Finalmente,aunque solo por poco tiempo, Raquel acabo convertida en cucaracha.
ResponderEliminarGracias, Conrad
EliminarUn saludo
Toda una aventura sin salir de casa. Un relato muy entretenido que nos da el privilegio de ser partícipes de esas correrías exclusivas de los más pequeños y en los que los adultos solo irrumpimos para poner orden. De niño yo tenía fijación con las hormigas, ni te cuento lo que les hacía con un barreño de agua. Un abrazo!!
ResponderEliminarGracias David
EliminarAbrazos
Lo que más me gusta de “Amor sin límites”, es que es dinámico y ágil, no es para menos, son niños, así que has hecho bien en darle rapidez al cuento. ¿Cómo lo has conseguido?, pues veo un montonazo de verbos de acción. Y por fortuna, los niños hablan como niños, con las voces justas, a veces cometemos el error de hacer bobos a los niños, o lo que es peor, ponerles a hablar como adultos.
ResponderEliminarY añado... la conversión a cucaracha de la niña me ha parecido un golpe de efecto magistral ¡sí señora! ¡Así se escribe Paola!
Hola Tara
ResponderEliminarGracias por comentar
Un saludo
Precioso cuento.Un gran saludo
ResponderEliminarMuchas gracias, Betty
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