Ella levantó la vista de la pantalla encendida y la fijó en un punto de la pared esbozando al mismo tiempo una misteriosa sonrisa.
—¡Córdoba! —dijo y la silla giratoria dio media vuelta.
—¿Córdoba? —preguntó él desde el otro extremo del despacho. Inclinó la cabeza y su frente se llenó de arrugas— Preferiría un sitio más fresco, en esta época del año en Andalucía hace calor. ¿Por qué allí?
—No lo sé —respondió ella enseñando la palma de las manos—, presiento que es el sitio al que deberíamos de ir.
Hacía tiempo que los dos no realizaban un viaje, solos. Aun así les pareció natural llenar la misma maleta con ropa de verano y poner los cepillos de dientes en el mismo neceser.
El recorrido en coche fue largo. Los viñedos de Castilla dejaron paso a los olivares andaluces pero la charla se mantuvo fiel a sí misma durante todo el trayecto. El hijo ya no era tan niño, aun así ellos continuaban a preocuparse por él.
Cruzaron el Guadalquivir y, como tantos viajeros antes que ellos, quedaron atrapados en el embrujo andalusí. Sus inquietudes se vieron retenidas al otro lado del rio, el espíritu de Córdoba no las dejaba pasar.
Salieron del hotel y la flama de la noche, lenta y perseverante, se aprestó a deshacer la capa de polvo que cubre los corazones con el paso del tiempo, a finas capas letárgicas. Era el calor del membrillo, aquel que sube del río al final del verano y avanza envolviéndolo todo, aquel que nubla la mente y obliga a actuar por instinto.
Mano en la mano desafiaron las calles de la judería. La oleada de gente apremiaba a caminar más pegados, él la agarró por el hombro y ella a él por la cintura. Ajustaron el paso mecánicamente y vagaron sin rumbo por los recovecos de un mundo lejano que aún perdura en el tiempo.
Un vaso de vino en una taberna y una guitarra flamenca. Aroma de especias embriagándolo todo. Un cuarto de hotel, el silencio y un beso en el cuello.
Las manos de ella recorren el pecho de él. Los dedos de él desatan el vestido de ella que termina enredado en sus pies. Una ducha, un roce, un mordisco en la oreja y una boca que busca un camino olvidado.
Jadeos en la cama y dos cuerpos cabalgan, con ritmos distintos. Poco a poco se van deteniendo, ellos se miran y ríen. Él se tumba al lado de ella.
— No es fácil, la larga abstinencia es nuestro gran enemigo y el deseo tan ardiente ha precipitado el intento al fracaso.
Ella no contesta y apaga la luz, él le coge la mano.
—Como la primera vez —susurra él.
—Solo que entonces teníamos cuarenta años de menos.
—En Córdoba cuarenta años son un suspiro.
—En eso tienes razón —contesta ella y añade— además, una cama de hotel es mejor que la yerba de un parque.
—Y aquí no hay prisas, tenemos toda la noche —dice él girando su cuerpo desnudo para acercarse más a ella.
Risas, susurros y un sinfín de caricias. Ahora ella cabalga encima de él. Despacio, con movimientos sinuosos y tocando las notas correctas.
—Más bajo, a la derecha ¿recuerdas?
—Recuerdo.
Las manos de ella en los brazos de él, las piernas de él el respaldo de ella.
Llegaron al cielo a la vez y cayeron rendidos.
—Habrá que repetir.
—¿El viaje a Córdoba?
—El viaje al cielo—contesta él pasándole el brazo debajo del cuello. Deja pasar unos segundos y añade —esta tarde, cuando entraste en esa tienda, pedí un cigarro a un muchacho.
—Lo sé —dice ella— te vi. ¿has traído cerillas?
—Eso iba a decirte, ¡pensé en el cigarro pero no me acordé de que hay que encenderlo!
—Lo supuse y al verte pedir un cigarro compré unas cerillas —dijo ella cogiendo su bolso.
A oscuras, en una ventana se abre un resquicio, ella se sienta en las rodillas de él y pregunta:
—¿Entonces fumamos?
—hace cuarenta años cometimos pecado.
—Entonces pequemos de nuevo.
La mano de él enciende el cigarro. Ella observa el humo que asciende en volutas y el hombre sonríe, luego aspira y la boca de ella se pega a la de él. El humo atraviesa barreras de tiempo.
Ella le aparta riendo y asoma la cara hacia afuera, exhala pero el humo revoca hacia dentro. El calor del membrillo no lo deja salir.
—¡Córdoba! —dijo y la silla giratoria dio media vuelta.
—¿Córdoba? —preguntó él desde el otro extremo del despacho. Inclinó la cabeza y su frente se llenó de arrugas— Preferiría un sitio más fresco, en esta época del año en Andalucía hace calor. ¿Por qué allí?
—No lo sé —respondió ella enseñando la palma de las manos—, presiento que es el sitio al que deberíamos de ir.
Hacía tiempo que los dos no realizaban un viaje, solos. Aun así les pareció natural llenar la misma maleta con ropa de verano y poner los cepillos de dientes en el mismo neceser.
El recorrido en coche fue largo. Los viñedos de Castilla dejaron paso a los olivares andaluces pero la charla se mantuvo fiel a sí misma durante todo el trayecto. El hijo ya no era tan niño, aun así ellos continuaban a preocuparse por él.
Cruzaron el Guadalquivir y, como tantos viajeros antes que ellos, quedaron atrapados en el embrujo andalusí. Sus inquietudes se vieron retenidas al otro lado del rio, el espíritu de Córdoba no las dejaba pasar.
Salieron del hotel y la flama de la noche, lenta y perseverante, se aprestó a deshacer la capa de polvo que cubre los corazones con el paso del tiempo, a finas capas letárgicas. Era el calor del membrillo, aquel que sube del río al final del verano y avanza envolviéndolo todo, aquel que nubla la mente y obliga a actuar por instinto.
Mano en la mano desafiaron las calles de la judería. La oleada de gente apremiaba a caminar más pegados, él la agarró por el hombro y ella a él por la cintura. Ajustaron el paso mecánicamente y vagaron sin rumbo por los recovecos de un mundo lejano que aún perdura en el tiempo.
Un vaso de vino en una taberna y una guitarra flamenca. Aroma de especias embriagándolo todo. Un cuarto de hotel, el silencio y un beso en el cuello.
Las manos de ella recorren el pecho de él. Los dedos de él desatan el vestido de ella que termina enredado en sus pies. Una ducha, un roce, un mordisco en la oreja y una boca que busca un camino olvidado.
Jadeos en la cama y dos cuerpos cabalgan, con ritmos distintos. Poco a poco se van deteniendo, ellos se miran y ríen. Él se tumba al lado de ella.
— No es fácil, la larga abstinencia es nuestro gran enemigo y el deseo tan ardiente ha precipitado el intento al fracaso.
Ella no contesta y apaga la luz, él le coge la mano.
—Como la primera vez —susurra él.
—Solo que entonces teníamos cuarenta años de menos.
—En Córdoba cuarenta años son un suspiro.
—En eso tienes razón —contesta ella y añade— además, una cama de hotel es mejor que la yerba de un parque.
—Y aquí no hay prisas, tenemos toda la noche —dice él girando su cuerpo desnudo para acercarse más a ella.
Risas, susurros y un sinfín de caricias. Ahora ella cabalga encima de él. Despacio, con movimientos sinuosos y tocando las notas correctas.
—Más bajo, a la derecha ¿recuerdas?
—Recuerdo.
Las manos de ella en los brazos de él, las piernas de él el respaldo de ella.
Llegaron al cielo a la vez y cayeron rendidos.
—Habrá que repetir.
—¿El viaje a Córdoba?
—El viaje al cielo—contesta él pasándole el brazo debajo del cuello. Deja pasar unos segundos y añade —esta tarde, cuando entraste en esa tienda, pedí un cigarro a un muchacho.
—Lo sé —dice ella— te vi. ¿has traído cerillas?
—Eso iba a decirte, ¡pensé en el cigarro pero no me acordé de que hay que encenderlo!
—Lo supuse y al verte pedir un cigarro compré unas cerillas —dijo ella cogiendo su bolso.
A oscuras, en una ventana se abre un resquicio, ella se sienta en las rodillas de él y pregunta:
—¿Entonces fumamos?
—hace cuarenta años cometimos pecado.
—Entonces pequemos de nuevo.
La mano de él enciende el cigarro. Ella observa el humo que asciende en volutas y el hombre sonríe, luego aspira y la boca de ella se pega a la de él. El humo atraviesa barreras de tiempo.
Ella le aparta riendo y asoma la cara hacia afuera, exhala pero el humo revoca hacia dentro. El calor del membrillo no lo deja salir.
Gracias, Paola, por participar con este relato en EL TINTERO DE ORO. Un fuerte abrazo y suerte!!!
ResponderEliminarUn placer, David
ResponderEliminarUn relato que transporta con sus sensaciones a los dos amantes, en un tiempo pasado. Retazos de pasión, de lujuria en el viaje a Córdoba.
ResponderEliminarUn abrazo literario.
Gracias Lola por leer y comentar.
ResponderEliminarNunca me habían dado un abrazo literario y, la verdad, sienta bien.
Saludos, Paola.
ResponderEliminarMuy bien relatado el amor maduro. Y el sexo. Les deseo a tus personajes que sigan pecando por muchos años. ; )
Un saludo.
Gracias Pedro, se lo diré de tu parte.
ResponderEliminarMe alegro mucho de oírte, el mundo es muy grande pero es muy difícil perderse en él. Tengo que pasar a visitarte por tu isla de sueños. Saludos
Un bellísimo relato. Los viajes, los nuevos paisajes (sobre todo si son cálidos) y los hoteles incitan a hacer el amor como si fuera la primera vez. Deberíamos viajar más, jeje
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias, Josep.
EliminarA veces las cosas suceden y no sabemos porqué. Eso es lo bueno de la vida.
Hola Paola,
ResponderEliminarVengo a raíz de la iniciativa de David.
El embrujo de Córdoba, no hay nada como volver hacia atrás y revivir experiencias placenteras. Espero que tus dos protagonistas repitan de nuevo.
El relato está muy bien escenificado.
Un abrazo.
Hola Irene
ResponderEliminarPor las últimas noticias que tengo de ellos están por Marruecos probando nuevas emociones, ya nos contarán a su regreso.
Gracias por detenerte a comentar. Me alegro de que te hayan gustado las escenas porque justo de eso trataba el experimento, de que el lector captara solo imágenes. No di nombres ni detalles de los protagonistas, no tenía importancia conocerlos. Podríamos ser nosotros el día de mañana.
un abrazo
Hola Paola! He descubierto tu blog gracias al tintero de oro, al igual que Irene. Me ha gustado mucho tu relato, desde la narración a ese punto erótico y cálido, que me hace pensar en el amor sin reservas. En ocasiones hace falta viajar para volver a conectarse como pareja, jeje. Solo ellos dos, una habitación de hotel, y el calor del membrillo. Que tengas suerte en el concurso y un abrazo! ; )
ResponderEliminarGracias Ramón
ResponderEliminarLa copa de fino y la guitarra flamenca también tuvieron mucho que ver, no lo olvides si algún día decides emprender ese tipo de viajes.
Un abrazo
Buenos esos espacios recuperados y esos cuerpos conocidos y sobre todo esa intimidad cómplice de la que hablan tus letras, desde luego se debería viajar mucho más.
ResponderEliminarSaludos
Gracias Conxita
ResponderEliminarEn el fondo, viajar es alejarse de lo cotidiano, de lo acostumbrado, de la repetición y del aburrimiento y si el viaje va unido al calor, al sabor y al aroma se produce la magia.
Gracias por comentar
Ay que bonito reencuentro!! Una preciosa estampa y estos dos viejos conocidos que se descubren de nuevo amantes entre el calor y Cordoba.
ResponderEliminarUn gusto encontrar tus letras!
Suerte en el concurso!!
Hola Diana
EliminarMuchas gracias por los ánimos. Me alegro de que te haya gustado.
Abrazos
Hola Paola, te visito a partir del concurso "Tintero de oro" de David. La idea de utilizar la hermosa ciudad de Córdoba como excusa para traernos esta historia de amor entre una pareja ya madura, me parece doblemente acertada. Estoy de acuerdo en que Córdoba tiene un encanto especial, y sentarse al atardecer en una taberna del casco antiguo a tomarse un buen vino, o incluso un té en alguna de las numerosas teterías, es todo un lujo. En tu relato la ciudad es testigo de la intimidad entre sus protagonistas, narrada con destreza. Mucha suerte.
ResponderEliminarHola Jorge
EliminarGracias por pasarte y comentar.
Tienes razón,Córdoba queda en el recuerdo de todo el que la visita. (De unos más que de otros)
Muy buen relato, Paola.
ResponderEliminarTe deseo lo mejor en el concurso.
Saludos
Gracias, Javier.
EliminarYa veremos...hay mucho bueno por aquí!!
Qué nostálgico y tomántico relato, Paola. El escenario mágico que has elegido no me es ajeno, y eso hace que la historia me resulte aún más mágica y evocadora. ¡Me ha encantado este reencuentro lleno de sabor!
ResponderEliminarUn abrazo y mucha suerte en el concurso.
Hola Julia
EliminarLleno de sabor...y de pecados!
Gracias por comentar
Abrazos
Muy buen relato donde el embrujo de Córdoba hace que el amor resurja entre erotismo y aromas en una habitación de hotel. Un abrazo
ResponderEliminarHola Maria del Carmen
EliminarYa veremos lo que ha pasado en Marruecos, nos lo contarán a su vuelta.
Gracias y abrazos
Me encanta Córdoba; me encanta tu relato. Sin grandes sucesos, pero qué bien contado.
ResponderEliminarUn beso y mucha suerte
Hola Rosa
EliminarAgradezco tus palabras. Son un empuje para seguir escribiendo.
Un abrazo.
Dos personas reencontrándose al calor del membrillo cordobés. Precioso relato. Esperanzador para las parejas que se han acomodado en la cotidianidad del día a día.
ResponderEliminarUn abrazo, Paola.
Hola Bruno
EliminarEso es, siempre tiene que haber esperanza.
Gracias y abrazos
Te devuelvo la visita, Paola. Muy bonito relato. Rescatar el amor y el romanticismo en un viaje y en el momento justo, veranillo de San Miguel. Deberíamos todos viajar más y dejar las preocupaciones en los márgenes del río como hace esta pareja y a cualquier edad.Suerte en el concurso. Abrazos.
ResponderEliminarGracias Lana
EliminarYa veremos lo que pasa. Abrazos
Hola Paola.
ResponderEliminarEstaba convencida de qu ya había comentado este relato tan bonito, pero no encuentro mi comentario.
Te decía Paola que caminar por Córdoba es una gozada, a pesar del calorazo del verano, y que enamorarse o reencontrarse en Córdoba y "pecar" es ¡la lexe!, lo has contado de maravilla compañera.
¡Suerte en el concurso! Hasta pronto.
Hola Tara
EliminarA mi me ocurre a menudo. Comentas y con las prisas te olvidas de comprobar que haya quedado impreso.
Hubiese sido una pena qué no apareciera tu comentario! Gracias
Abrazos
Bonito!!! Creo que a todos nos gustaría envejecer así!
ResponderEliminarUn abrazo
Gracias David. Te deseo que así sea.
ResponderEliminarAbrazos
Paola, llego a tu blog a través del concurso de David Rubio.
ResponderEliminarMuy bueno tu relato.
Mucha suerte.
Besos.
Muchas gracias Pilar!! Me alegro de que te haya gustado.
EliminarBesos
Tal y como he leído a algunos compañeros al comenzar sus comentarios, he llegado hasta aquí gracias a “El Tintero de Oro” de David Rubio Sánchez, y así he podido disfrutar, amiga Paola, de tu apasionado e imaginativo relato; excelente manera de recuperar la pasión. Sólo me queda darte mi enhorabuena y desearte mucha suerte en el concurso. Un abrazo. Nos leemos…
ResponderEliminarGracias por tus palabras, Patxi.
ResponderEliminarEspero que te animes en la próxima convocatoria.
Saludos