— ¿Y… a qué época dice usted que
quiere volver? —me preguntó con voz melosa el empleado de la empresa de viajes
en el tiempo.
Era un tipo escurridizo, de los que
me como a bocados en un día cualquiera pero el reloj corría en mi contra y no había tiempo para eso.
—Cinco años atrás, con eso me basta —contesté tajante para no dar pie a
más conversación.
El hombre abrió sus grandes ojos y
parpadeó varias veces como si así pudiese verme mejor.
—El precio es el mismo viaje usted cinco años atrás o
quinientos —comentó
levantando
un
lado de la boca en un
guiño de advertencia.
—Pero el valor del viaje será para
mí superior si viajo solo cinco años atrás, amigo, lo tengo muy claro —contesté
empezando a sentirme molesto.
El hombre suspiró mientras seguía introduciendo mis datos en
el ordenador.
"Tenía
que volver atrás y arreglarlo todo.
Ella
estaba tan bella esa noche, y la perdí para siempre.
La
amaba demasiado, su belleza alimentaba mis celos día tras día,
obligándome a vivir en un mar dudas y
buscando indicios
de traición
en todo lo que ella decía.
Salimos
solos al jardín y lejos de todos nos dijimos
cosas terribles, después pasó lo
inevitable…"
— ¿Cuánto tiempo ha pensado quedarse? —preguntó sacándome de
golpe de mis
recuerdos.
—Si llego en el momento preciso,
con cinco minutos me basta—respondí con la calma que la vida me había enseñado
a tener.
El hombre desplazó la mirada de la pantalla a mis ojos sin mover
apenas la cabeza.
—Está bien, no insisto pero es una pena
porque…
Calló
al observar mi
expresión y siguió:
—
¿Cuándo ha dicho que quiere usted viajar?
—Ahora
mismo.
—
¿Está usted seguro?,
tan
cerca en el arco temporal y tan corto de estancia? Permítame recordarle que el
precio es el mismo vaya adonde
vaya
y esté el tiempo que esté.
—Es
usted muy terco
señor y mi paciencia ha
llegado a su
límite, le he
entendido a la primera
¿o es que tengo
cara de
tonto?
—Sería
conveniente una preparación antes
del
viaje, podría ser alérgico a las drogas…
—
¿Podemos obviarla?
—
Podríamos, pero tendría
primero que firmar…
—¡Firmo!
Agarré
el bolígrafo que el hombre me
estaba ofreciendo y dejé mi sello en el folio, la única prueba que iba a
quedar.
—Esta es la dirección
a la
que debo ir —dije
entregándole una nota que extraje del bolsillo de la chaqueta—. Tendría que estar ahí a las
tres y cinco de la madrugada del trece de junio del
2020. Y
aquí tiene la suma pactada.
El
hombre contó
los
billetes con la agilidad de un banquero, sin pestañear ni una sola vez y llamó a su gente.
Me
introdujeron
en el armatoste y me monitorizaron a conciencia, bebí un
inmundo brebaje sin titubeos, no había tiempo para eso y decidí encomendarme a la suerte.
El técnico apretaba botones y comprobaba gráficos
en una pantalla desplegada ante
mí como si yo pudiera entender lo que estaba pasando.
Me
sentía ligero y me costaba fijar
las
ideas, todo era confuso.
Veía el
cadáver de ella bailando,
vestido
de fiesta,
entorno
a un reloj de arena
formado por dos grandes matraces de cristal superpuestos. En
el interior del que estaba debajo me encontraba cubierto de granos punzantes,
me ahogaba, moría poco a poco. Aun así mi mente nublada y ya casi
inconsciente logró distinguir la figura del teniente irrumpir en la sala y mirar hacia mí, impotente. Logré
sonreírle en el último instante, le había burlado otra vez jugando ese último
as que llevaba
escondido en la
manga.
***
Desperté
de regreso otra vez y dudé, parecía todo un sueño, giré la cabeza lo justo y el teniente no estaba ya
ahí.
—Su señora le espera en la entrada,
¿Cómo ha ido su viaje, señor?
Noté algo
pesado
en el bolsillo derecho, lo palpé, lo miré y
sonreí aliviado,
el cuchillo
asesino
brillaba impoluto, no había rastro de sangre
sobre él.
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