El hombre se lanza al agua y su gabardina queda arrugada
como papel de regalo sobre las rocas del
espigón.
Los pescadores desplazan la mirada desde el objeto en el
suelo al hombre en el mar, no hace tiempo de baños y llueve.
—¡Qué hace ese hombre! —exclama un viejo.
—¡Para mí qué no está bien! Ese se quiere suicidar—dice un
joven sacando los prismáticos.
Una pescadora suelta la caña y se levanta, después se lleva
las manos a la cara y solloza.
El hombre nada con la cabeza fuera del agua, enfrentándose a
las olas. Con el cuerpo ladeado saca solo
el brazo derecho y no levanta espuma con los pies pero se nota el empuje de las
piernas que acompañan cada brazada.
—¡Así nadan los marineros! —dice un muchacho que estaba
pescando en el muelle— me enseñó mi padre que en paz descanse.
—¡Habrá qué avisar al
ciento doce! —aconseja alguien.
—Ya he llamado yo —comenta el joven atendiendo la caña que acaba de tensarse — dicen que
mandarán una lancha de la Cruz Roja.
El nadador gira su cuerpo para impulsarse esta vez con el brazo
izquierdo. Poco a poco se distingue solo un punto lejano en el mar.
Desde los muelles del puerto una zodiac avanza dejando una línea blanca tras de sí, se dirige hacia
el lugar que indican los hombres del muelle con el brazo tendido. Luego empieza
a girar en espiral hasta parar el motor.
El espigón está sumido en el silencio y nadie atiende la
pesca.
—¡El nadador sortea
la embarcación! —informa el de los prismáticos.
La lancha se desplaza
unos metros mar adentro y luego vira. Zigzaguea
y se acerca a la costa despacio, funcionando
como una barrera.
—¡Parece un baile! Es como un tango entre barca y marino
—comenta la mujer que aún sigue sollozando— solo espero que no acabe en
tragedia.
Los hombres de la lancha dejan caer la escalera en el agua pero el nadador se niega a subir.
Una gaviota lo observa todo marcando círculos en el cielo.
La lluvia se ha detenido y el viento deja de azotar la
superficie del mar. El punto en el agua se hace más
grande y en la playa se van sumando curiosos que cuchichean, asintiendo.
El nadador llega a la costa. Se yergue y sale
desnudo envuelto en espuma, avanza con el ceño fruncido, dispuesto a hacer oír
su voz.
Su cuerpo de atleta denota el paso del tiempo pero
sigue mostrando toda la fuerza de
antaño. Sus ojos se mueven veloces y observan a un grupo de agentes que avanzan
dejando sus huellas en la arena.
—¿Se encuentra bien? —pregunta un agente.
—¿Ha ingerido alcohol o alguna droga? —pregunta otro policía.
Una lancha recorre la
costa en línea recta y detiene su camino en la boa, el nadador la sigue con la mirada mientras se le
nubla el semblante, toda su furia desvanece y, de golpe, parece ausente.
—Voy a tomarle el pulso, le veo trastornado—dice el primer
agente cogiéndole el brazo.
El SAMUR está de camino —comenta un tercero acercándose a
ellos— ¿Necesitas ayuda?
—No, está tranquilo —Y dirigiéndose al nadador— ¿Es usted
extranjero? ¿Tiene papeles? ¿Pasaporte?
¿Habla español?
El chico del muelle se acerca con la gabardina y un policía
vuelca el contenido de los bolsillos en el suelo.
—No hay documentos—
dice, y examina los objetos— una
naranja, una chocolatina, un bono de trasporte a la playa y un objeto algo
extraño, una especie de talismán, parece la cola de un roedor unida a una
alianza de oro. Este hombre guarda más de un secreto.
—¡Tú ves secretos por todas partes!—comenta el compañero
entre risas.
—¡Qué antidrogas inspeccione la costa! —añade el que había
vaciado la gabardina, molesto por el comentario— probablemente su intención era
la de recoger algún paquete dejado en el
mar por un cómplice.
—¡Ese hombre quería suicidarse! —grita un curioso.
—¡O es un terrorista! —se lanza a decir otro.
—¡Circulen, por favor! ¡Circulen! —grita un guardia
disolviendo a los curiosos.
El nadador sacude la
cabeza salpicándolo todo de gotas saladas. Recoge la gabardina y tapa con ella
su desnudez.
—¡Loco, borracho, drogado, suicida, traficante, extranjero y
terrorista! ¿Seguro que no se os ocurre
nada más? —Y lanza una mirada de odio a la muchedumbre—. La apuesta ya está
perdida, pero ¡me juego la gabardina a que perderé también el último autobús de
la mañana!
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